Animales al volante

animalesalvolantePor Horacio Corro Espinosa

Alguien, no sé quién, me hizo llegar unas hojas en las que se clasifican a los automovilistas que más accidentes causan. Como este tema es interesante y permite encontrar a cada uno de los manejadores, pues aquí se las dejo. La ordenación está en términos zoológicos. Sintetizaré algunos de ellos.

El ocelote: es el que siempre anda de mal humor y dispuesto a sacar las garras a la menor provocación. No hay ser ni objeto que escapen a su odio, y actúan como si las calles le pertenecieran. Este tipo termina por lo general, trepado a un árbol o un camellón, lo cual es natural en un felino, sólo que él trepó sin proponérselo.

El canguro: Se prende la luz verde y a toda velocidad salta para ponerse al frente de los demás vehículos, dejando parte de las llantas en el piso. Sólo puede avanzar a saltos, de semáforo a semáforo. El siente que saltando es feliz. Sólo que de vez en cuando se incrusta en el vehículo de adelante.

El conejo: Este conductor tiene la manía de la velocidad, de la competencia. Avanza en zig zag, con la misma facilidad del conejo que salta sorteando matorrales. Acelera; frena, vuelve a acelerar. Se cierra a la derecha, se abre a la izquierda, da vuelta donde nadie lo imaginaba y tiene facilidad de aplastar peatones.

El burro: Es como si anduviera en primavera. Maneja con la cabeza de fuera, volviéndose para mirar a cualquier escoba con faldas. En ocasiones se empeña en “ligar” de automóvil a automóvil y realiza toda clase de atrocidades para no despegarse del vehículo tripulado por su conquista en ciernes. No es raro que se estrelle, metiéndose en sentido contrario, sólo porque vio a lo lejos a una chica bonita.

El rinoceronte: Para este espécimen no existen las señales de tránsito. Suele contemplar el mundo desde un gran autobús o un camión de carga, y por ello piensa que nadie se interpondrá a su paso. Avanza rugiendo a toda velocidad. Se abre camino como por milagro entre los demás vehículos. Y un día, envalentonado por éxitos anteriores, prueba suerte contra algún sólido muro de concreto.

La tortuga: Anda por la mitad de la calle deteniendo el flujo del tránsito con lentitud de una tortuga. Si alguien le hace un reproche, saca la cabeza del caparazón y pregunta azorado: ¿Qué? Y como sus reflejos son tan lentos como su marcha, un buen día, con calma pero con desastrosas consecuencias, se estrella por allí.

El pichón: Maneja con una mano, mientras con la otra abraza a su copiloto. En los altos, sus besos no siempre terminan antes de que se encienda la luz verde.

El ganso: Más que verlo, a éste hay que oírlo. Maneja con una mano, como el pichón, pues necesita la otra para oprimir el claxon, lo que equivale a dar graznidos. Cree que el claxon, cual rayo desintegrador, elimina todos los obstáculos. Sus reflejos están condicionados de manera que oprime al mismo tiempo la bocina y el acelerador.

El pulpo: Simultáneamente conduce, abre la guantera, enciende un cigarro, acomoda cualquier cosa sobre el asiento de atrás, busca un mapa que trae debajo de su asiento, come papas fritas y se rasca la nariz. Cuando ésta perfecta sincronización falla, ay de él y de los demás.

Dentro de ésta clasificación hay otras especies. La lista es muy larga e incluye animales de todo tipo, menos, caimanes, bulldogs u otros seres de dentadura afilada.

 

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