Niños de ‘Mamá Rosa’ hallan refugio en el canto y la música

niñosLos menores sufrieron maltrato en el albergue de Zamora, Michoacán, donde usaban el arte para alejarse de sus problemas; ahora integran el grupo Suma de Voces.

Ciudad de México

Bajo su capa de estudiantina blanca, Mauricio y Sonia son apenas un par de niños más que cantan con emoción y aprenden a tocar algún instrumento musical dentro del coro monumental y orquesta de guitarras “Suma de voluntades, nos mueve la paz”, adscrito al programa de prevención y participación ciudadana de la Secretaría de Gobernación.

En realidad, ellos no son cualquier niño, por eso les llaman “Los niños de Zamora”, para no hacerles recordar que estuvieron en el albergue de Mamá Rosa“, La Gran Familia, que justo hace un año las autoridades federales cerraron, después de atender denuncias de abuso, maltrato y privación ilegal de la libertad a cientos de menores.

La vida es otra para Mauricio, el niño de 13 años que aún arrastra consigo lo que quedó de su paso por La Gran Familia: timidez, inseguridad y un permanente tic en ambos ojos que no cesa con nada.

“Estuve ocho años en Zamora y aprendí a tocar el tambor con Manuel, él nos enseñaba a tocar en el piso con las baquetas, pero ahora intento tocar el piano en Vivan los Niños, cuenta, refiriéndose a la casa hogar del DIF de Michoacán, donde actualmente vive.

“En Zamora también cantaba en el coro y la banda de guerra. En el coro yo salía a México como solista y lo disfrutaba, porque ahí no era violencia. En Zamora te agarraban a golpes y abusaban de ti y tu cuerpo”, relata.

Por eso él sentía que la música lo relajaba y emocionaba, disfrutando de escuchar los sonidos, pues le provocaban diversión y salía de su estrés, ese que aún sigue manifiesto en el tic de sus ojos.

“Me gustaría de grande ser cantante y pianista, aunque aún no me sale bien con la mano izquierda, es que es más difícil alcanzar las teclas con esos dedos.”

Sonia tiene apenas ocho años y la realidad es que le fue mucho mejor que a Mauricio, pues solo estuvo con Mamá Rosa un par de meses. Adora cantar, le gusta el coro.

“¡Siento muy bonito cuando canto y quiero mejorar. Me gusta cuando me felicitan y me dicen que soy buena niña”, expresa con su cara limpia, sonriente y una coleta adornada con listón blanco, preparada para cantar con el resto de sus compañeros en el Palacio de Bellas Artes, uno de los recintos más importantes del país. Lejos quedaron aquellos días en Zamora, cuando recibía reglazos en la palma de sus manos o la yema de sus dedos, como castigo por alguna conducta. Hoy sus dedos tocan la flauta.

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Hace un año los profesores Luis Soto y Mónica Ruiz (director y subdirectora de este coro y orquesta, respectivamente) escucharon a los niños de Zamora para evaluar sus habilidades musicales. Sorprendidos, tomaron nota de los resultados: buenas voces con dominio del ritmo y afinación. Niños con talento para aprender piano, trompeta, violín. En total 17 se integraron al coro, diamantes en bruto a pulir, pues solo así podrían aligerar su historial de vida y reencauzar su futuro de manera positiva.

“Llegaron con mucho entusiasmo, pero conforme pasaron los días notamos que estaban muy enojados y entendimos bien que no era con nosotros, sino por las situaciones que sufrieron”, relata la profesora Ruiz, la mujer sin empacho se mezcla entre estos niños para cantar junto a ellos. Ojalá solo se hubieran topado con retratos de enojo.

“El primer día nos tocó evitar el caso de dos niños que se querían suicidar aventándose de la azotea”, relata el director Ruiz.

De escenas como esta hubo otros testigos. Son las madres de otros integrantes del coro (quienes sí tienen padres y hermanos, pero cuya desventaja es vivir en polígonos de alta vulnerabilidad social), quienes recuerdan algunas peleas verbales iniciadas por los niños de Zamora, las que comenzaban con un simple “¿Qué me ves?”.

Bajo la batuta del canto y la música han aprendido gradualmente disciplina, respeto por sus compañeros, trabajo en equipo y, lo más importante, a socializar con otros tres mil niños que integran este proyecto social, cuyo fin es transformar la violencia a través de las artes.

“Es un trabajo multidisciplinario con expertos y psicólogos para desarrollar su inteligencia emocional y musical, para acrecentar su autoestima y mejorar los factores de convivencia con la escuela y familia. La música detona su creatividad, sensibilidad y a dos años de este proyecto, puedo decir que hemos presenciado importantes transformaciones”, señala Luis Soto.

Mónica Ruiz enlista los pequeños logros. “Para nosotros es importante ver que estos niños, y muchos otros que están en el coro y que surgieron de problemáticas derivadas de la violencia, han mejorado su conducta. Su condición es menos violenta, son más disciplinados y ahora ya saben esperar su turno en una fila. Todo fue resultado del trabajo colectivo y de irles mostrando confianza, amor y una educación amorosa. Solo así podrían ver la vida de otra manera”.

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David canta también en este coro y mientras come su almuerzo (antes de entrar al recinto de Bellas Artes) proyecta su futuro sin ilusión: “Creo que seré soldado”.

“¡Soldado no porque se van a matar!”, le advierten sus compañeros quienes, con optimismo, vaticinan que serán abogados, dentistas y médicos.

Son los niños del internado España-México (ubicado en Morelia, Michoacán), un lugar que surgió tras la Guerra Civil Española para recibir y atender a los niños que llegaron de aquella nación. Hoy, son atendidos allí menores de escasos recursos, quienes por su situación de vulnerabilidad se han ido integrando a este coro.

No son los únicos, Luis Soto señala que también han puesto en la mira el internado de niñas De la Huerta de aquella entidad, pues en ambos lugares detectaron casos de estrés y violencia por situaciones disfuncionales o porque los niños no han sido visitados por sus familias durante semanas o meses.

Eunice Rendón, a cargo de la Subsecretaría de Prevención y Participación Ciudadana de la Secretaría de Gobernación, resume así esta historia: “Cada uno de estos niños es una historia de vida, una historia de familia y una historia que ha sido tocada por la música de una manera positiva”.

Mientras al fondo, en el escenario de Bellas Artes, mil niños ejecutan el fragmento O Fortuna de la cantata “Carmina Burana”.

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