Mejor que un final de telenovela

(Para ser campeón se necesita buen futbol, agallas y a veces un poco de suerte. Nada de eso tuvo Cruz Azul en la Final de vuelta y recibió del acérrimo rival una dura lección de lo que significa ser un equipo grande.

Es Cruz Azul, el equipo que desde 1997 suele cambiar su fortuna en un santiamén, aun cuando ella parece estar de su lado. En esta Final hizo padecer a su afición ese hueco que se clava muy adentro cuando se siente el título en las manos y se lo quitan en el instante menos pensado… en el último suspiro.

Corría el minuto 93, la reposición, el marcador resplandecía con un 1-1 (1-2 global) que le daba el título soñado a los cementeros, pero apareció esa calamidad que se ha pegado como sombra de los celestes y tras un cabezazo del incorporado arquero Moisés Muñoz, Alejandro Castro cometió un autogol al tratar de desviar el esférico.

La motivación la tenía América por lo que había logrado. Las grandes emociones también las dio el cuadro de Coapa, primero Christian Benítez sacó un disparo que Jesús Corona sacó de manera espectacular y después, los mismos protagonistas de la historia, solo que esta vez Chuy achicó de buena manera y Chucho no tuvo el veneno necesario para matar.

Los cementeros lucían decaídos, así como su afición en la tribuna que enmudeció por lo que consideraban su tragedia. Arrancaron los segundos 15 minutos, y la cinta corrió la misma versión de los primeros. América atacaba sin piedad, Chucho cabeceó, pero Jair Pereira impidió el tanto.

Llegaron los penales. Ahí estaban los de amarillo, hincados a la mitad de la cancha, los celestes abrazados en una fila, mientras Jesús Corona y Moisés Muñoz se daban un abrazo. Y en el primer penal la suerte estaba echada, Javier Orozco sacó un tiro débil que Moisés detuvo. Jiménez anotaba como los grandes y Alejandro Castro se resbalaba y mandaba el balón por encima del marco. Christian Benítez también hizo lo suyo y se sacó la espina con los penales. Osvaldo Martínez concretó. Del otro lado lo hizo Gerardo Flores.

Y fue Miguel Layún el que selló el penal del título azulcrema.

Desde el inicio, los cementeros no jugaron bien, esperaban un error del enemigo para aprovechar un contragolpe, y en una de esas jugadas, encontraron algo mejor, la expulsión de Jesús Molina. Pablo Barrera conducía el balón, Molina se barrió para frenarlo y el árbitro Paul Aguilar sacó la roja (rigorista para muchos).

Seis minutos después los cementeros aprovecharon la superioridad numérica. Corría el minuto 20 cuando Teófilo Gutiérrez entró por derecha, aguantó un ligero roce de Aquivaldo Mosquera y sacó un tiro cruzado que se incrustó en la cabaña de Moisés Muñoz.

El momento anímico se tiñó de azul, y eso lo sabían ambos entrenadores, por eso ajustaron piezas. Cruz Azul solo movió el esférico por espasmos para inquietar a los americanistas arriba de la media cancha, eso sí, sin la fuerza suficiente para hilar algunos disparos.

Uno de esos escapes inquietantes de los cementeros lo comandó el Chaco, quien se llevó sin dificultades al Maza Rodríguez, pero al final fue frenado y la jugada anterior de nada sirvió.

Y del otro lado, América buscaba con ahínco, pero en las piernas se notaba la desesperación de cada uno de sus elementos, que muchas veces los traicionó. Como esa jugada en la que Benítez le dejó el balón a Raúl Jiménez, y éste quedó solo frente a Corona, pero le regaló el esférico.

En la segunda mitad, las Águilas salieron a matar o morir. No había transcurrido un minuto cuando Chucho, incomodado por Jair Pereira, sacó un cabezazo que se fue desviado.
Cruz Azul esperaba, como todo el encuentro. Inquietó hasta el minuto 56 con la velocidad de Barrera por derecha, pero el centró que se revolcaba en el área no encontró una pierna para ser rematado.

Otra más de los azules se gestó en lo botines de Pablo, pero Moisés detuvo con categoría el disparo potente que lo amenazaba.

Los visitantes se encontraban muy cómodos, seguros de la solidez de sus centrales y de los chispazos de Barrera y el Chaco por las bandas. Fue éste quien le dio la mejor jugada en los últimos respiros del partido, tras un tiro cruzado que por poco se metía por el poste derecho de Muñoz.

La Máquina hacía su juego, por momentos intentó quedarse con el dominio del esférico, pero la necesidad del rival se los impedía, pese a que tenían un hombre más sobre el campo.

Todavía, en tiempo regular, le alcanzó a los americanistas para un gol, tras un remate con la cabeza de Aquivaldo Mosquera, aunque muy tarde llegó el aliciente azulcrema. Después, al 93’, vendría la sorpresa con el autogol de Castro, nada más doloroso para sus aficionados.

A partir de esos instantes y con la esperanza amarilla vibrando por cada rincón del Estadio Azteca, la balanza comenzaba a inclinarse para dictaminar al justo campeón, al que tuvo todos los méritos para llevarse la corona, con un técnico que explotó en júbilo como si por su sangre corriera sangre azulcrema, estaba feliz porque ese campeonato englobaba no solo el trabajo con el América, sino el de una carrera que no había podido encontrar su recompensa.

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