Vejez

vejezPor Horacio Corro Espinosa

Para el 27 de mayo de 2013

 

Para algunos, envejecer es una razón para darse por vencidos, para abandonar toda esperanza y continuar únicamente existiendo en la tediosa espera del cercano final que, seguramente, ha de ser bien triste.

Hay ancianos que aceptan su vejez como una serie de retos. Para esta clase de personas, cada nueva dolencia es un enemigo al cual se debe engañar con astucia, es un obstáculo a vencer con fuerza de voluntad. Disfrutan cada nueva victoria sobre sí mismos y a veces obtienen un éxito mayor.

Desde luego que es imposible concebir una sociedad sin ancianos. ¿Cuántos de nosotros podemos negar ese destino? Nadie, ¿verdad? Para allá vamos todos.

Cuenta la leyenda, que el afortunado que llegara a descubrir la fuente de la eterna juventud y bebiera su agua, encontraría la llave de la vida eterna, y el envejecimiento no llegaría a él jamás. Sin embargo, han pasado muchos siglos desde que se difundió esa historia y nadie ha encontrado la fuente maravillosa que simboliza la resistencia del hombre ante esa etapa de la vida que, para algunos, resulta lastimosa y pesada y, para otros, apacible y juiciosa: la vejez.

Hasta ahorita nadie ha encontrado la fórmula para detener el envejecimiento del cuerpo, con su inevitable desenlace: la muerte.

Sabemos que cada célula del organismo contiene en su interior la fórmula genética que determina su enveje­cimiento; es decir, que estamos programados, al igual que los anima­les y las plantas, para envejecer y morir.

Según un calculista moderno, el hombre que llega a los 50 años de edad con disfrute de salud y sin muchas preocupaciones, debe haber empleado durante sus  18 mil 250 días de su existencia, una proporción siguiente: 5 mil 82 días en dormir.  520 en curarse sus enfermedades. 1552 en la mesa. 5531 en sus paseos. 1085 en distracciones, juegos, cine y teatros. 1700 en leer.

Y en horas: ha trabajado 6500 horas, ha caminado 800. Ha consumido cerca de 7,700 kilos de pan, cerca de 7,000 de carne, y 2,000 de vegetales, huevos y pescados; y bebido una cifra redonda de 30 mil litros al menos entre agua, vino, café, cerveza, y demás chupes. Claro que estos datos son en términos generales.

Envejecer con dignidad y coraje no es tarea fácil, no hace falta tomar cursos  para aprender que al llegar a la vejez los horizontes se es­trechan.

No es el caso pero, hubo hombres célebres que tuvieron un final lamentable. Les doy unos ejemplos: Rómulo, Alcibíades, Filipo, Sertorio, Pompeyo el Grande, César, Cicerón, Calígula, el Duque de Guisa, Enrique III y Enrique IV, Masaniello, Gustavo III de Suecia, etc., murieron asesinados.

Sócrates, Aristóteles, Alejandro Magno, Mahoma, Juan sin Tierra, etc., murieron envenenados.

Epaminondas, Turena, Carlos XII, etc., fenecieron de muerte violenta. Antonio, Nerón, Otón, etc., se suicidaron. Escipión, Ovidio, Camilo, Dante, el cardenal Alberoni, Napoleón, Carlos X, Luis Felipe, etc., murieron en el destierro. El Tasso, Fouquet, etc., murieron en la cárcel. Cristóbal Colón, Cervantes, Mozart, etc., murieron en la miseria.

Pero no se preocupen, ser célebre no llega cualquiera, aunque hay gente que ha llegado a ser célebre sin haber hecho nada en su vida. Pero eso no es lo importante, lo verdaderamente importante es llegar a rejuvenecer cada día de nuestra vida, como las águilas. Entonces, el hombre es libre, aprende a ser libre, tenga la edad que tenga.

Una cosa es cierta, al envejecer se es más sabio que los que vienen detrás. En serio.

 

Twitter:@horaciocorro
horaciocorro@yahoo.com.mx

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