Sociedad y discriminación

Por Roberto López Rosado

priMéxico es un país que se destaca por su alto índice de discriminación que desgraciadamente es una práctica común. Si bien hemos avanzado en erradicar esta actitud, no deja de ser paradójico que los actos de discriminación persistan  y sigan representando graves dificultades para avanzar como sociedad.

Quienes somos indígenas, además de ser morenos, hablar un dialecto o ser  afrodescendiente, nos convierte en víctimas de insultos, de desprecios, de maltratos y objeto de trasgresiones a nuestras garantías individuales; paralelamente tenemos mayores posibilidades de tener poca o nula educación, no tener acceso a servicios básicos de salud y no poder contar con ingresos fijos como lo destaca una encuesta nacional que realizaron de manera conjunta la UNAM y el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación  (Conapred).

En México 599 mil indígenas trabajan sin percibir ingresos y de ellos, 462 mil son mujeres (77.2%), según un documento del gobierno federal en el que admite que la población femenina indígena en el país presenta rezagos más profundos que la masculina y es discriminada por triple circunstancia: son mujeres, son indígenas y son pobres. Además, el 69.82% (un millón 184 mil 700 personas) del total de la población analfabeta del país (un millón 696 mil 631 personas) es indígena, y de los indígenas el 64.7 (766 mil 660) son mujeres y el 35.3 (418 mil 40) son hombres.

En días pasados, en la Cámara de Diputados aprobamos el dictamen con el que se reformó, adicionó y se derogaron diversas disposiciones de la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación que desgraciadamente, aún a estas alturas de este siglo, hubo quienes, desde luego, diputadas y diputados, pretendieron no entráramos a  esta discusión, que no se aprobara, por decirlo de manera lisa y llana.

A pesar de que en el discurso, ante los medios de comunicación hay quienes se muestran indignados y reclaman el maltrato a ciertos grupos étnicos como fue el caso del jornalero  de la Sierra Tarahumara, José Sánchez Carrasco que falleció a las puertas del Hospital General de Guaymas, o lo ocurrido a la indígena mazateca, Irma López Aurelio, que tuvo que pagar, incluso, los servicios post parto al Centro de Salud de Jalapa de Díaz, Oaxaca, pese a que dio a luz en el jardín del nosocomio.

En México debemos avanzar en el combate y prevención a la discriminación, debemos atender el problema desde la raíz y, en verdad,  indignarnos por lo que les sucedió no sólo a José Sánchez Carrasco y a Irma López Aurelio, sino lo que le ocurre todos los días a miles y miles de indígenas en todo el territorio nacional.

A pesar de que se presume que hemos avanzado en la no discriminación, un hecho es real, esta práctica sigue siendo común en nuestra sociedad. Se siguen manejando acciones clasistas o de condición étnica. Esto lo vemos a diario en los medios de comunicación donde, desde allí, esta práctica se empieza a fomentar. Las mañecas o muñecos que se publicitan en los medios electrónicos son blancos, no son mestizos e igual todos los personajes de las telenovelas o series, son parte de los estereotipos de las clases sociales y grupos étnicos: blancos, rubios, ojos de color, mientras que los grupos de condición étnica autóctona o mestiza, son los que se les considera en calidad de trabajadores  o sirvientes.

Ya lo decíamos, debemos impulsar un cambio social y cultural desde la niñez, pero de la misma manera en la juventud y en la población adulta, en los medios de comunicación, en las redes sociales, en el sistema educativo, bajo la perspectiva de la igualdad y la no discriminación.

La discriminación, lo hemos señalado, es un acto injustificable, por lo que hemos peleado que se respeten los derechos humanos de todo tipo de personas, se respeten los principios y garantías previstos en nuestra Constitución y tratados internacionales  y evitar actos que los continúen denigrando. Todos debemos cobrar conciencia que atentar de manera discriminatoria contra las personas.

 

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