Para mí son importante los caminos: Octavio Paz a Juan Malpartida

Juan-Malpartida_MILIMA20140327_0339_11ANA RUIZ/ LABERINTO

Ciudad de México

Juan Malpartida. Poeta, novelista y crítico literario. Director de la revista Cuadernos Hispanoamericanos

“Creo que la obra de Octavio Paz —habiendo tenido ya una gran influencia desde sus inicios en los años cuarenta del siglo pasado—, la tendrá más con el paso del tiempo, aunque no de la misma forma, porque sus textos más circunstanciales necesariamente han de quedar fechados, pero otros, entre los que sin duda se incluyen muchos de sus poemas, dejarán huellas más profundas.

La primera conciencia que tuve de Paz fue en 1975, al encontrarme con una antología de sus poemas, La centena (1969), y ¿Aguila o sol?. Para el joven lector que yo era, admirador de Lorca, Neruda y Saint–John Perse, fue una verdadera sacudida: esa poesía, a un tiempo suntuosa y exacta, plena de imágenes y reflexiva, insertada en una tradición que recogía de manera lúcida lo mejor del romanticismo y de la poética del surrealismo, era lo que esperaba sin saberlo. No tardé en leer alguna entrevista con Paz, y de encontrarme (el verbo es exacto) con El arco y la liraLas peras del olmo, y Conjunciones y disyunciones.

El poeta maravilloso de Piedra de solera también un filósofo, y un crítico literario que aliaba la rapidez a lo inesperado, la belleza y el rigor. Una prosa clara en cuya transparencia es fácil perderse si creemos que su ausencia de jergas (tan habituales en el ensayismo del siglo XX) excluye la dificultad. Más tarde supe que algunos otros de mi generación (no muchos) también habían sido tocados por su obra, como Andrés Sánchez Robayna y, antes, Pere Gimferrer, pero entonces no encontraba a nadie que supiera mucho de él.

Cuando conocí al poeta argentino Enrique Molina le pregunté por Paz (¿cómo era, de qué hablaba, qué sabía de su vida?), y lo mismo a Juan Gil–Albert, que lo trató cuando Paz era muy joven, en Valencia (1937) y luego en México. Tuve la suerte de visitar México en 1977, y además de probar los moles, los tacos y tomar margaritas, compré todo lo que me faltaba de la obra de Paz. Me la aprendía de memoria. No podía creer que existiera un poeta así. ¿Por qué? Podría intentar dilucidarlo, pero sospecho que es una tarea interminable. Uno de esos días leí El mono gramático, uno de los poemas mayores de la lengua. Otro día leíPasado en claro (cuya primera edición hallé en París): poema de dos rostros, el descriptivo de la infancia y el otro, el reflejado en el pensamiento poético. En 1986 lo conocí, y me honró con su amistad hasta el final de su vida. Yo sigo siendo amigo suyo, y además de releerlo (muchas veces sin acudir a sus libros), converso con él y lo oigo: “Juan, para mí son importante los caminos”.

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