El sismo, las lluvias y las buenas conciencias

imagesPor Horacio Corro Espinosa

Para el 19 de septiembre de 2013

La dimensión del temblor de 1985 se supo pronto. Después de la tragedia, tuvieron que pasar muchos días para se pudiera asentar un poco en el alma.

Recuerdo que no valían las palabras para decir el do­lor. Tampoco se valía decir algo sobre la soli­daridad y el valor porque casi todos vivíamos en el desas­tre.

El hombre y la sociedad pueden funcionar sin amor, pero cosa curiosa, sin amor nadie puede existir. Creo que nadie duda que a partir del jueves 19 de septiembre de 1985, México comenzó a vivir otra vida, una vida que empezó a acomodarse en medio de la muerte.

A partir de ese día, abordó una nueva existencia, no nada más en el Distrito Federal, sino en todo el país. Se incrementó el dolor, la pobreza, el desamparo, las ausencias nuevas y las carencias.

Hace 28 años se comenzó a vivir un sufrimiento im­previsto con todo su espanto y su an­gustia. A esto se le sumó un sufrimiento largo y lento que poco a poco desembocó en una crisis que agotó las fuerzas. Se secaron las lágrimas pero quedó el dolor en el tuétano de los huesos.

1985 fue uno de los años en que todos aceptaron que los pobres cargaran el peso de la deuda y del empobrecimiento del país. Frente a eso, los políticos se sentían limpios de conciencia, lo que hizo inhumana a la sociedad. No había dolor frente a la pobreza.

Llegó el sismo y entonces todos se colocaron en el dolor y en la perplejidad. Era un dolor por la tragedia, por los muertos, por los heridos, por las pérdidas materiales. En la perplejidad, por la vida o por la muerte de los seres queridos, de los desaparecidos, de nuevos derrumbes, del futuro de la ciudad, de cómo rehacer la vida.

El dolor, si se puede medir, fue más profundo para los que tenían sus intereses en las colonias del centro de la Ciudad de México. Los pobres de México, ya estaban acostumbrados a vivir siempre en esa ambigua zona de la incertidumbre. La pobreza es el mayor problema del país. Es el temblor cons­tante por el que la vida se derrumba todos los días.

En Oaxaca estamos viviendo algo similar a 1985. En el Distrito Federal fue la destrucción por el terremoto del 19 septiembre; en nuestra entidad, tenemos ante nuestros ojos otra catástrofe pero por el agua.

Durante años, a los pobres se les ha exigido disciplina, paciencia, sacrificio y heroísmo, para que estos, sexenio tras sexenio, sigan llevando el peso de nuestra crisis, o la imagen oaxaqueña de nuestra crisis.

Las lluvias torrenciales de estos días, nos han descubierto las conexiones entre las condiciones físicas de la destrucción y las buenas conciencias. Y ante esto yo no puedo permanecer acrítico y pasivo.

Ayer, alrededor de las nueve de la mañana, habitantes de Juxtlahuaca, Coicoyán de las flores y San Martín Peras, me hablaron por teléfono para que a través de este medio se diera a conocer la situación en que se encuentran muchos pueblos de la mixteca.

San Martín Peras, es el más afectado de todos. Se quedaron sin agua, sin luz, sin teléfono, sin servicios, en la insalubri­dad, en los escombros, en el lodo. Así es como han vivido por siglos, ya se sabe, pero no por eso tienen que seguir viviendo igual. Le pedí a Omar Aguilar y en la noche a Miguel Angel Schultz, para que favor dieran a conocer la nota de auxilio de esta gente y no lo hicieron.

Lo digo públicamente, porque todavía anoche a la una de la mañana, cuando escribía estas líneas, me volvió a llamar esa gente porque sufre y porque no tiene qué comer, para preguntarme cuánto les cobraba yo por mencionar su necesidad. Tengo que decir que durante toda mi vida periodística, a partir de los seis años de edad, he vivido del periodismo, pero nunca he comido sopa de chayote.

A veces no sé qué duele más, si ver los pueblos destruidos, o ver descubiertas las buenas conciencias.

Twitter:@horaciocorro
horaciocorro@yahoo.com.mx

 

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