Él es artista, ella también

Ciudad de México

El amor romántico es como la paleta del pintor con la que crea la transparencia inasible de la luz a través de la ilusión del color. Una relación entre dos seres humanos es como admirar un cuadro, es un momento irrepetible y siempre en movimiento, que varía según la hora del día, según la posición de la mirada, según mi disposición anímica del instante en el que observo.

En el libro Parejas míticas del arte (véase arte visual), publicado por Editions Beaux Arts en 2011, el autor francés Alain Vircondelet reseña 32 relaciones de pareja que involucran a uno o dos artistas plásticos del mundo occidental, del siglo XV al siglo XX. Vircondelet nos lleva desde el amor tormentoso de Edvard Munch, quien fantasea que el cabello de su pareja sentimental lo estrangula, o desde el “Adieu Lucy” escrito en sangre por el pintor Jules Pascin antes de su suicidio, hasta la plenitud incuestionable del maestro Rubens con la bella Hélène Fourment, la mujer que lo reconcilió con los placeres de la vida: la paz familiar, la cotidianidad, el erotismo.

Vircondelet presenta a los artistas cuya misión fue “mostrar el lado luminoso de la vida”, como Claude Monet o Augusto Renoir, e insinúa que lograron su cometido gracias a la estabilidad y entrega de sus parejas amorosas. “Aline fue indispensable en (el) camino artístico (del tenebroso Renoir)”; asume Vircondelet que ella guió al artista para que puediera “tener como única ambición abarcar la luminosidad”.

El libro presta especial atención a las parejas en las que ambos fueron creadores. “La pareja intercambia sus influencias”, escribe Vircondelet cuando se refiere a la infeliz unión de los escultores Camille Claudel y Auguste Rodin. Todos artistas del siglo XX, Vircondelet expone a Jean Tinguely y Niki de St. Phalle, a Diego Rivera y Frida Khalo, a Max Ernst y Dorothea Tanning, entre otros, parejas que se influyeron artísticamente, respetando siempre la mutua autenticidad. El matrimonio Lalanne decía: “compartimos alcoba pero cada quien tiene su estudio”.

Están registradas parejas singulares en que los involucrados se vuelven una sola entidad. Así descubrimos que el land–art que movió el mundo del arte contemporáneo del siglo XX, firmado por Christo, es en realidad el trabajo de dos personas: Christo Vladimiroff y Jean–Claude Denat de Guillebon. De igual modo, el trabajo gráfico de los años setenta firmado como Pierre Gilles es la creación de un dúo de hombres que desde la plenitud de su unión sentimental lograron levantar un mundo onírico, “kitsch en su máxima expresión”, que refleja la fuerza del amor pleno y a la vez la profunda soledad del ser humano.

No falta el amor–obsesión, aquello “tan poderoso que inmoviliza las fuerzas físicas”, dice Vircondelet. El gran pintor romántico del siglo XIX, Dante Rossetti, sacó a su amada Lizzie de la tumba y perdió la razón al descubrirla momificada, envuelta en una enorme cabellera que aún resplandecía. El atormentado artista noruego Edvard Munch confesó: “nunca amé… solo conocí la pasión que mueve montañas y transforma al individuo […], que arranca el corazón”. En 1907 pintó el famoso cuadroLa muerte de Marat en el cual el propio Munch aparece muerto, víctima de la hermosa mujer erguida junto a él, su pareja Tulla Larsen. En 1908, se internó de manera voluntaria en el manicomio de Copenhaguen, para huir de su mujer de manera definitiva.

Jeanne Hébuterne, esposa de Amedeo Modigliani, se arrojó del balcón de la casa paterna a los 25 años, con ocho meses de embarazo, al no resistir el dolor de la muerte de su amado. Después de la ruptura con Alma Mahler, el pintor Oskar Kokoshka mandó fabricar una gran muñeca de tela con la forma de su amante, su “musa perdida”. La paseó por las calles de Munich, bebió con ella y sus amigos en las cervecerías locales hasta que un día se liberó decapitándola públicamente.

En el libro la reseña de estas parejas “míticas” del arte plástico fluye acompañada de la reproducción impecable de las obras de los artistas incluidos. Vircondelet elige y presenta con gran conocimiento de causa los cuadros relacionados con los momentos clave de las parejas. La presencia de estos oleos, obras gráficas o fotografías permite navegar a nuestro antojo por el amor, la relación de pareja y el proceso creativo del artista.

Más que preocuparme por los planteamientos del autor, en los que impone opiniones propias sobre las parejas, yo escojo los sueños, los miedos, la luz que aparece en cada obra que se reproduce. Me quedo con la imagen de Man Ray, surrealista de principios de siglo XX, fabricando un metrónomo con la fotografía del ojo de la amante fugada, Lee Miller, para medir el tiempo mientras recuerda al ser amado. Me apropio de la afirmación que esta misma mujer expresa cuando se marcha para cumplir con su encomienda de reportera de guerra: dice a Man Ray que prefiere tomar la fotografía que ser la modelo.

En la introducción, Vircondelet plantea que la pareja es un terreno fértil en el que se cimienta el acto creativo y artístico, y afirma que “el arte solo puede vivir del Otro, del Amor”. Expresa que este amor tiene muchas formas, “combate o fusión, rivalidad o armonía, fuerza vital o mórbida, aguijón o freno” pero que sin duda es la fuente de donde nace la obra. Esta aseveración rechaza la concepción bastante difundida que sugiere que el artista es un creador solitario por excelencia; al contrario, ubica al artista como un ser plenamente social. Es un planteamiento contundente y controversial que abre la puerta a una enorme reflexión. Propongo extender el tema al caso de nosotros y nosotras enunciando esta pregunta: ¿podemos crear (nuestra vida) sin tener la motivación fundamental del Otro, del Amor? Quizás el giro a la interrogante sea simple: consiste en ampliar el concepto Amor, sacándolo del binomio pareja amorosa y ampliándolo a la magnitud que uno desee, desde el amigo hasta el universo.

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