“El Chapo” no se me hubiera escapado, dice Mondragón

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“Si llegan y me dicen: ‘hubo ruido, porque entró lo del Cutzamala’, yo les digo que es un área de seguridad nacional y que se pueden meter por la casa de sus tías”.

Un hombre de mano firme que golpea duro la mesa cuando se enfrenta a actos de corrupción e ineptitud, “respetado” por la mafia por negarse llenar sus cajones de dinero, cesado como médico por participar en movimientos y hasta sometido a un proceso de tipo castrense que le hubiera valido estar en la cárcel y perder a su familia.

Manuel Mondragón y Kalb, actual director del Consejo Nacional contra las Adicciones, relató a MILENIO aspectos de su infancia y de su adolescencia, como haber pasado de ser un niño sin carácter a un joven con liderazgo, así como cuestiones vinculadas a la fuga de Joaquín El Chapo Gúzman, quien, dijo, de haber estado bajo su supervisión jamás se hubiera escapado, lesionando la imagen del presidente Enrique Peña Nieto y del país en general.

A sus 80 años de edad, Mondragón, coleccionista de autos antiguos en miniatura, prepara una campaña contra el uso de drogas legales e ilícitas, sobre todo, exigirá evidencias científicas antes de que se pretenda permitir el uso de la mariguana con fines terapéuticos.

¿Le indignó la fuga de “El Chapo”?

Cuando se detuvo a Joaquín Guzmán yo le pedí al Presidente a los 22 días salir de la Comisión Nacional de Seguridad. Pero El Chapo estaba en un lugar sin contacto con ningún preso. No había ruidos. No había televisión. No había visitas extras. Lo tenía yo a observación por segundo 24 horas al día. Diario le mandaba al secretario de Gobernación un informe detallado desde que el señor se levantaba, qué hacía, si iba al baño, si iba a la regadera, si comía y qué comía, cómo se dormía.

Alguien me preguntó: “¿a ti se te hubiera ido El Chapo?” A mí no, porque yo sabía lo que tenía que hacer, los cambios de celdas.

“Es que hubo ruido porque entró lo del Cutzamala”, bueno a mí me llegan con ruido y les digo que esta es un área de seguridad nacional. Y Cutzamala la pueden meter por la casa de sus tíos, pero por aquí no entran. Esa es la mano firme.

Lo que me molestó mucho fue que el accidente, que no debió pasar, porque las cárceles de alta seguridad no son para que los internos se escapen, es el impacto que tuvo en el Presidente de la República, diciendo que a él se le escapó El Chapo. No es justo. La otra al país, cómo es posible que el hombre más buscado en el mundo, en México y en Estados Unidos por el FBI, se le escapa a México y cómo se le escapó. Entonces en qué país estamos. Cualquiera se siente mal, defraudado, enojado. Yo trato de trabajar de cerca con el Presidente, no para quedar bien, no me interesa, ya estoy de salida, solo me interesa cumplirle a la sociedad.

¿Cómo era usted de niño?

Fui un buen niño, bien educado, muy respetuoso de mis mayores, muy tranquilo en la escuela. Mis padres (Evelyn Kalb y Manuel Mondragón) me decían “Tú nunca podrás decir una mentira”, porque con solo verme a la cara sabían que estaba faltando a la verdad. Era muy trasparente como soy ahora.

No destaqué en la primaria ni en parte de la secundaria. Era un estudiante mediano, muy chiquito. Nunca reprobé una materia, pero tampoco era de excelencia.

Mi padre, al que adoré hasta que murió, un hombre muy rígido, muy fuerte, era medio distante, educado a la antigua. Yo era el único hombre y estaba más cerca de mi madre, de mi hermana, de tías, pero no estaba muy satisfecho cómo era yo.

La oportunidad me la dio la adolescencia, a los 12 años, pedí que me cambiaran de escuela; seguí en el Colegio México hasta mi graduación en el Centro Universitario México en la prepa. Pero me cambié de campus, del Instituto México que estaba en la colonia del Valle me fuí al de la calle Mérida. Ahí cambió mi vida, no sé si eran las hormonas que empezaban a circular, pero me salió el liderazgo, una personalidad que me gustó. Empecé a destacar en el deporte, futbol americano, a tener mejores calificaciones, de los primeros de la clase, formé un grupo que impidió que los de segundo grado bautizarán rapando a los de primer ingreso, o que cerraran la Facultad.

¿Era bravo?

Empecé a ser bueno para los trancazos. Yo era muy bravo, nunca abusivo. Me peleaba con quien se quería meter conmigo tanto con guantes de box como a puño limpio.

Llegue a los 16 años a la antigua Facultad de Medicina, de la Universidad Nacional Autónoma de México y me recibí a los 22 años. Fui de la última generación que estuvo en el Centro Histórico y no llegó a CU, me recibí ahí en 1958 para luego pasar a los hospitales.

Recuerdo que en una ocasión nos avisaron que el entonces director de la Facultad de Medicina, Raoul Fournier, estaba secuestrado en su propia oficina por un grupo de alumnos. Fuimos cinco del grupo, en mi automóvil, sacamos al director en hombros y, voy a confesar, les cortamos a el pelo a los estudiantes.

Luego comencé a hacer internados y posgrados en cardiología y en nutrición. En 1961, Ignacio Chávez fue designado rector de la UNAM, en sustitución de Nabor Carrillo, pero no podía tomar posesión en el auditorio porque estaba tomado por fósiles.

Con seis médicos de cardiología fuimos a la UNAM y metimos al doctor Chávez para que tomara posesión en medio de alambres, cables y gases que nos lanzaron. No hubo golpes.

¿Algún vicio?

En la facultad dejé el deporte, a pesar de que había llegado a la liga mayor de futbol americano, y empecé a fumar como loco. Soy tabático, con 60 años en abstención y si volviera a fumar caería en tabaquismo. Por eso me volví enemigo público del cigarro y he implantado programas para sacar el humo de cigarro de los espacios cerrados.

Fumaba más de una cajetilla al día y decidí dejar el tabaco por el gimnasio, el yudo, box, gimnasia olímpica. En el Deportivo Chapultepec aprendí clavados y conocí el karate, convirtiéndome en el primer cinta negra y echando a andar otras escuelas en el país sin ganar un centavo.

Supe que donde estuviera debía tener una vocación social. Como subsecretario del deporte en la SEP, incluso en el área forestal y policiaca.

¿Por qué su interés en la política?

Es algo muy personal. En 1962 ingresé en el hospital 20 de Noviembre, del Issste, donde daba clases, investigaba y formaba gente. Tres años después se dio el famoso movimiento médico que precedido al del 68. Los residentes contaminaron el país con sus peticiones no resueltas y se entró en huelga.

El hospital me eligió por unanimidad su representante ante la asamblea permanente del movimiento médico y lo hice con dignidad, de cara a mis compañeros residentes y doctores.

El entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz determinó que estaba resuelto el problema, pero dio la instrucción de formar una lista negra de quiénes habían encabezado la asamblea. Yo no tenía nada que ver, pero eso significó que me cesarán.

¿Le iban a seguir un proceso?

El entonces director del Issste (Rómulo Sánchez) le habló al titular de Marina, donde yo era jefe de servicio en un hospital muy chiquito, era capitán de corbeta auxiliar, le dijo que me cesara junto con otros tres médicos del 20 del Noviembre. “Tiene usted cuatro médicos de la lista negra, céselos”, y el secretario de Marina le respondió que “aquí no cesamos, si tienen culpa le vamos a hacer un proceso de guerra”. Se estudio el caso y el secretario le habló al director para decirle que no teníamos alguna responsabilidad y continuaríamos trabajando.

Necesitaba otro trabajo. Cuando no lo encontré, porque se me cerraron todas las puertas, empecé a trabajar en cuestiones administrativas en el Seguro Social, y cuando llega Carlos Hank González a la regencia capitalina, como se llamaba el GDF, me iban a hacer director de los servicios médicos, pero había otros compromisos y tras ver mi currículum optó por darme la dirección del deporte. La acepté y todo lo realizado en los desfiles me ganó la subsecretaría del deporte. Ésa es la razón por la que empecé a realizar un trabajo no meramente médico.

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