¿Águila o Chiva? Ser o no ser, ésa es la cuestión

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Desde su debut en el América, la vida futbolística del Vasco Javier Aguirre se cuenta por experiencias. Vivía en Lindavista el hijo de la familia Aguirre Onaindía, españoles de nacimiento, sin saber que con los años su chico vestiría la playera de las Águilas y las Chivas, los dos clubes más importantes de México.

Fue un domingo especial aquel de 1984. El América venció a las Chivas 3-1 en la única final entre ambos equipos. “Metí un gol y para los que casi no lo hacemos es algo fuera de lo común; ahora, en una final ante el acérrimo rival fue algo maravilloso. Después hice otros más, pero ninguno como aquél”.

Del América le vienen reflexiones interesantes al Vasco. “Me enseñó una educación deportiva, desde limpiar tus zapatos, saber vendarme, entrenar con puntualidad y defender la playera con orgullo, de ir en metro hasta Tasqueña y caminar por calle del Toro y de repente encontrarte a tus ídolos: a Borja, a Pichojos Pérez, a Enrique Kiesse y que te dieran aventón al club. Me formó en muchos aspectos la filosofía de José Antonio Roca”.

Viviendo en el foco mediático, el América eclipsó la década de los 80 yendo de la mano con su enemigo por antonomasia el Guadalajara, con quien alcanzó el clímax de una rivalidad.

La temporada 1982-83, ésa del americanismo perfecto, con récords y goles al por mayor, fue truncada por el Guadalajara en un partido resuelto primitivamente a puñetazo limpio.

Vino la revancha un año después en donde las Águilas vencieron, pero la guerra para Aguirre apenas comenzaba. Tras nueve años en el club,-seis en el primer equipo y tres como reserva-, le dijeron adiós. Las Águilas lo cambiaban al Atlante por Gonzalo Farfán.

Me sorprendió que me dejaran ir, tenía 27 años, no me lesionaba frecuentemente y formaba parte del equipo titular, además venía desde las fuerzas básicas. El dinero nunca fue prioridad para mí, nunca regatee un contrato, pero el entrenador no contaba conmigo, eso lo entendí hasta después. Ese domingo soleado fuimos campeones y me confirmaron que seguía en el equipo, sin embargo, 24 horas después estaba en el club sabiendo que me iba. Lo asimilé, aunque las formas no fueron las mejores, de cualquier manera nunca guardé rencor ni rencillas”.

Mejoró el América en su facetas de rival odiado por todos, en particular con las Chivas, porque en las décadas anteriores no mostraba tanto músculo con el Rebaño Sagrado hasta entrados los años 80.

Llegué a las Águilas en 1975. Estaba en las reservas cuando se consigue el campeonato ante la UdeG y vi el crecimiento hasta hacerle frente a las Chivas. En esos años 70, había pocos periodistas en el club, los saludabas de mano y de pronto vino la explosión mediática, ya al América lo seguían cientos de cámaras de televisión y eso hizo que tomara más auge el clásico”.

De las broncas quiere acordarse poco. “Prefiero borrarlo de mi cabeza, pero es cierto, repartí al por mayor y me dieron con todo”.

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