No, no es tu imaginación, la inteligencia humana está en declive; según estudios

De acuerdo con un análisis de Financial Times, existe en los jóvenes y en los adultos un declive en la habilidad para resolver problemas y aplicar conceptos numéricos.

EXCELSIOR 

No se los dice alguien que todo el tiempo se queja de que ya nadie se molesta en investigar y le preguntan todo a ChatGPT… y apuesto que nadie leerá esta nota si no está en el algoritmo de Google Discover.

Las últimas investigaciones sobre el rendimiento cognitivo en varios países han revelado una inquietante tendencia: la aparente disminución de la capacidad de las personas para razonar y resolver problemas complejos, justo en un momento histórico caracterizado por el acceso inmediato a grandes cantidades de información.

De acuerdo con un análisis de Financial Times, la habilidad promedio para la resolución de problemas parece haber alcanzado su punto más alto a principios de la década de 2010, para luego descender de forma sostenida. Esta tendencia no se limita a los adolescentes, sino que abarca también a los adultos en diferentes rangos de edad.

Aunque no existe evidencia de que la biología básica del cerebro humano haya variado en tan poco tiempo, los resultados de pruebas estandarizadas señalan un deterioro continuo de las destrezas cognitivas.

El patrón en jóvenes y adultos

En el ámbito educativo, los exámenes PISA han demostrado que los puntajes en lectura, matemáticas y ciencias suelen alcanzar un máximo cercano al año 2012. Desde entonces, la bajada en dichos resultados ha sido notable, incluso mayor que la atribuida a la disrupción causada por la pandemia de COVID-19 entre 2020 y 2021.

Pero no solo se trata de adolescentes de 15 años: las evaluaciones sobre adultos indican un patrón similar, reflejado en el más reciente informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) acerca de las competencias de la población adulta.

 

La capacidad de retención humana está disminuyendo. (Especial)

Un estudio de larga duración que ha servido como rara excepción al vacío de datos es “Monitoreando el Futuro”. Desde la década de 1980, este seguimiento anual pregunta a jóvenes de 18 años si tienen dificultades para pensar, concentrarse o aprender cosas nuevas.

Las respuestas se mantuvieron estables durante las décadas de 1990 y 2000. Sin embargo, alrededor de 2015, comenzó un rápido incremento de estudiantes de último año de secundaria que reportan estas dificultades. Este punto de inflexión coincide con el descenso en los exámenes de razonamiento y en la capacidad de resolver problemas, y también con el cambio masivo de la sociedad hacia la conectividad constante.

Del texto a la imagen y la cultura “postalfabetizada”

Uno de los factores que parecen incidir en este fenómeno es la transición desde el texto escrito hacia formatos predominantemente visuales. Las redes sociales y el contenido audiovisual han ganado terreno frente a la lectura tradicional. Según encuestas realizadas en 2022, la proporción de estadunidenses que informaron haber leído un libro en el año anterior cayó por debajo del 50 por ciento, un mínimo histórico.

Lo llamativo es que la disminución del hábito lector se corresponde con un declive en la habilidad para resolver problemas y aplicar conceptos numéricos.

El mismo informe de la OCDE indica que alrededor del 25 por ciento de la población en países de altos ingresos no logra “utilizar el razonamiento matemático al revisar y evaluar la validez de las afirmaciones”, y la cifra se eleva al 35 por ciento en Estados Unidos. Este indicador apunta a un problema más amplio que el mero abandono de la lectura: sugiere una erosión de la concentración y la capacidad mental para procesar información de manera crítica.

Un entorno digital que favorece la distracción

La irrupción de los smartphones y las redes sociales suele mencionarse como el gran condicionante del comportamiento en línea. Sin embargo, los expertos plantean que hay algo más profundo en juego: la manera en que consumimos información ha pasado de ser un proceso activo —por ejemplo, al buscar artículos en la web— a uno mucho más pasivo, caracterizado por feeds infinitos, notificaciones constantes y un bombardeo incesante de estímulos.

Ya no es frecuente navegar conscientemente en busca de datos para un propósito concreto; en su lugar, el contenido emerge en las pantallas de forma continua. Este cambio de una conducta autodirigida a un patrón de recepción pasiva disminuye la capacidad de concentración y fragmenta la atención.

Incluso se habla de una “constante alternancia de contexto”, en la cual las personas saltan de un tipo de información a otro de manera interrumpida, lo que dificulta la profundización en temas complejos.

 

La capacidad de retención humana está disminuyendo. (Especial)

Las investigaciones advierten que estos comportamientos de desconexión y dispersión inciden en áreas clave de la cognición, como la memoria de trabajo, la atención sostenida y la autorregulación. Aunque el uso activo e intencional de las tecnologías digitales puede resultar beneficioso —por ejemplo, al investigar temas específicos o al emplear herramientas de aprendizaje en línea—, el consumo pasivo y la sobreexposición a estímulos volátiles tienen un impacto negativo perceptible.

Efectos y perspectivas a futuro

A pesar de estos hallazgos, la “materia prima” de la inteligencia humana no parece haberse deteriorado. Los expertos coinciden en que la biología cerebral no se transforma de manera tan drástica en lapsos tan breves. En cambio, el problema reside en cómo se ejercita y se aplica dicha capacidad, dado el entorno de distracción imperante.

Algunos especialistas subrayan que se trata de una “brecha de ejecución”: la habilidad innata se mantiene, pero el contexto digital dificulta su pleno desarrollo. La buena noticia es que este declive en la aplicación práctica de la inteligencia no es necesariamente permanente. Existen propuestas para un uso más consciente de la tecnología, promoviendo la lectura profunda y el aprendizaje sostenido, además de fomentar hábitos como la “dieta digital” o la reducción drástica de notificaciones.

La tendencia apunta a que podrían surgir modelos de enseñanza que refuercen la concentración y el pensamiento crítico, junto con iniciativas dirigidas a aprovechar las ventajas de la tecnología sin caer en las trampas de la hiperconectividad.

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