Ahora somos iguales”. Un padre se tatúa la cicatriz de su hijo, operado de cáncer

padre-e-hijo-500x438Al operarle de cáncer al pequeño Gabriel le había quedado una cicatriz en la cabeza que le estaba quitando toda su alegría y las ganas de salir a la calle.

Gabriel Marshall es un niño de 8 años que tiene claras dos cosas: que tiene el mejor padre del mundo y que la vida aún tiene mucho que darle.

Es un chico valiente, alguien muy querido por los suyos y que superará, sin duda, ese cáncer cerebral que ha dejado una profunda marca en su cabeza y que le estaba quitando los ánimos, la confianza.

Si Gabriel es noticia durante estos días en todo el mundo es por una razón tan hermosa como esperanzadora. Hace muy poco en muchos países fue el día del padre, y el suyo, Josh Marshall, quiso hacer algo especial.

Gabriel lleva en su cabeza desnuda una llamativa cicatriz que lo avergonzaba. Esa que le recuerda dónde estaba su enfermedad, ahora casi extirpada.

En vista de que esa marca le estaba robando la sonrisa, su padre ha querido hacerse un tatuaje. Con la misma forma, el mismo color, simulando una misma herida que tiene un fin muy concreto: dar fuerzas a su hijo.

Te contamos su historia.

El ejemplo de un padre que ama a su hijo
Todos los padres aman a sus hijos por encima de todas las cosas. Ahora bien, si existe un momento tan complejo como delicado es ese en que, en ocasiones, a nuestros niños les diagnostican una enfermedad grave como es un cáncer.

Según nos indican las estadísticas, la tasa de supervivencia de niños con cáncer de entre los 4 y los 18 años es del 80%.

Es algo positivo, pero aún así, la lucha, el miedo, el dolor de ver a nuestras criaturas sometidas a intervenciones y duros tratamientos resulta, sin duda, muy difícil.

nino-cancerGabriel Marshall recibió su diagnóstico el año pasado, y el impacto fue rotundo: se trataba de una forma de cáncer cerebral poco común llamado astrocitoma anaplásico.

Se trata de un tumor maligno del sistema nervioso central que aparece, por lo general, en adultos de género masculino.

A pesar de que el pronóstico sea grave, en el caso de los niños la supervivencia es mayor, de ahí que la familia de Gabriel tenga esperanzas y no se rinda ni un solo día.

El cáncer en un niño de 8 años
Cuando a un niño le diagnostican una enfermedad de estas dimensiones no tiene aún plena conciencia de lo que ello implica.

Su vida da un cambio drástico, su ambiente cotidiano del colegio, los amigos, los juegos y ese día a día en casa, queda roto por las estancias en el hospital, las intervenciones, las agujas y el miedo.

Ahora bien, una de las complejidades más duras que tienen que asumir es su cambio físico.

Los tratamientos con quimioterapia no solo hacen que los pacientes pierdan el cabello. El rostro se hincha, se pierde peso, la expresión cambia y el cansancio empieza a ser ese compañero constante en la vida de todo paciente oncológico.

Gabriel superó una delicada intervención donde los oncólogos retiraron gran parte del tumor. Fue una intervención compleja en la cual no se pudieron extirpar por completo todas las ramificaciones ocasionadas por el astrocitoma.
No obstante, su diagnóstico es bueno. La enfermedad está estable y el cáncer inactivo. Es algo positivo a lo que se aferra la familia del pequeño.

Ahora bien, el problema esencial es que Gabriel ha perdido su propia confianza. Cada vez que se miraba al espejo solo veía su cicatriz.

Su gran cicatriz inflamada sobre la oreja haciendo una llamativa curva, como una puerta que señala ahí donde estaba su enfermedad.

El niño había perdido la ilusión, se negaba a salir de casa, a volver al colegio, a jugar en los parques… Su mirada solo veía esa marca.
Josh Marshall es el padre de Gabriel. Es un joven de 28 años optimista y valiente que no se ha apartado de su niño en ningún momento. A pesar de lo injusta que puede ser la vida en algunos momentos, sabe muy bien que lo más importante es la actitud y no perder la esperanza.

Por ello, tenía muy claro que, si los médicos ya habían hecho su parte retirando el tumor del interior de su niño, ahora le tocaba a él “sanar sus emociones”, devolverle la confianza, la energía, el optimismo.

El día del padre dio una increíble sorpresa a su hijo: Josh se había rapado la cabeza y se había hecho un tatuaje que simulaba una cicatriz exacta a la de Gabriel. Ahora “eran iguales”.

Desde entonces, el pequeño vuelve a salir de casa con nuevas fuerzas.

Ya no tiene vergüenza, porque su padre va con él y muestran al mundo sus cicatrices, sus marcas, esas que los han convertido en personas más valiosas que van a poder enfrentarse a cualquier cosa.

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