El Tesoro de la Tumba 7

La Tumba 7 fue descubierta por Alfonso Caso Andrade el 9 de enero de 1932. Aunque los zapotecos eran conocidos por sus costumbres funerarias que incluían el enterramiento de importantes personajes acompañados de ricas ofrendas de cerámica y objetos preciosos, el repertorio de objetos hallados por Caso en Monte Albán era de índole distinta. Numerosos eran los objetos de oro que se encontraron en el lugar, incluido algunos famosos pectorales de oro trabajados en técnica de filigrana, que son también piezas muy conocidas de la orfebrería mesoamericana precolombina. Entre estos se encuentran los pectorales del Dios de la Muerte y del Dios del Sol.

El estilo de estos objetos y otros asociados —cráneos esculpidos en cristal de roca, tallas en hueso, máscaras de turquesa, cerámica— era bastante distinto de las características de los objetos zapotecos. Muy tempranamente Caso y sus colaboradores —entre los que se encontraban Jorge Ruffier Acosta e Ignacio Bernal y García Pimentel— asociaron los descubrimientos de la Tumba 7 a la cultura mixteca, en contra de las hipótesis adelantadas fuera de México, según las cuales, los objetos que formaban parte de la ofrenda tenían una influencia maya primitiva.1​

Recientemente, gracias a un documento (videográfico) encontrado por Conrado Martínez en la biblioteca de University of California, San Diego (UCSD), algunos investigadores han cuestionado la veracidad del descubrimiento de Alfonso Caso. Junto a este video, titulado “XipeTotec Que Llora se encontraron algunos telegramas entre el presentador del video, George Perez, y el gobernador del estado de Oaxaca en aquel momento, Francisco López Cortés

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