Rescatan pilar etnográfico ‘El fin de los Montioc’

EXCELSIOR

Elisa Ramírez Castañeda reedita su célebre investigación, que rescata la peculiar cosmovisión de una comunidad oaxaqueña

CIUDAD DE MÉXICO.

El arcoíris es escupido por una tortuga; es sólo para señalar que ya pasó la lluvia. Los pájaros sirven para indicar la hora. El sol es macho, es Dios eterno, está allí desde el principio: por eso brilla menos en Semana Santa, porque es cuando Dios se está muriendo. La luna es hembra, señorita. Las estrellas del cielo son las velas de los muertos. Las mujeres preñadas no deben salir cuando hay eclipse, pues sus niños tendrán muchos lunares o a ellas se les mancha la cara.

Es la cosmovisión de la comunidad huave de San Mateo del Mar, Oaxaca. Creencias aprendidas de los más viejos; heredadas de boca en boca. De voz en voz. De la tradición oral, ese viejo hábito de narrar la vida al final del día que en el presente se diluye por la avasalladora tecnología. Son las leyes de los indígenas del Istmo que ahora podrían ser eslabones de una posible reconstrucción cultural.

Relatos de curaciones, fábulas infantiles, sueños, costumbres de pesca y siembra, canciones y versos que la socióloga Elisa Ramírez Castañeda (Ciudad de México, 1947) recolectó en la década de los 70 como un rompecabezas de los huaves, y publicó a manera de libro inclasificable en 1987 con el título El fin de los Montioc. Tradición oral de los huaves de San Mateo del Mar, Oaxaca. Cuatro décadas después hace una segunda edición bajo el sello de Alias, con la mira de que las historias sirvan para reconstruir una comunidad afectada material y culturalmente por huracanes, terremotos y el torbellino de la industria capitalista.

 

No se trata de un estudio antropológico de la cosmovisión indígena, tampoco una reinterpretación poética de los relatos, ni una “literaturización” de las narraciones, aclara la autora. Sino un ejercicio puro de recoger de viva voz las fábulas, las creencias, las costumbres, los sueños, los miedos y los anhelos de quienes habitan la costa del golfo de Tehuantepec y la Laguna Superior, al sur de Oaxaca. Recolecta en la que Ramírez Castañeda hace de reproductora.

Es un libro de entonces, no de ahora; si se tuviera que poner al día cambiaría completamente. Es un libro que ha servido de fuente, es una recopilación de textos, sin interpretación mayor, son relatos que me fueron contando a lo largo del tiempo y yo los ordené. Esto yo lo recopilé en un tiempo de crisis y son como el adobe, el ladrido y la idea de qué es una reconstrucción, pero no una reconstrucción material, sino de quiénes somos, dónde estamos, qué creemos, qué somos”, señala sobre el libro que contiene viñetas de Dr. Lakra.

En entrevista, la fundadora de la Casa de la Cultura del Istmo en Juchitán (en 1972) detalla que el compendio de relatos fue un dictado, casi literal, de Juan Olivares, un pescador, y María Albina Espinosa. Dos ancianos montioc que llegaban a su casa en Oaxaca a contarle de sus usos y costumbres, interesados en que se preservaran en la eternidad de la palabra, escrita y hablada. Le contaban de cómo llamar a la lluvia cada año, de su creencia por un Dios supremo que creó el mundo con plantas y animales nuevos, y con hombres que sueñan con sus perros.

Les explicaron también que creen que el mundo es redondo y plano como una moneda. El sol es macho, es Dios eterno. Para saber cuándo es mediodía clavan un palito en la arena y cuando ya no tiene sombra, listo: es mediodía. Igual saben que la mejor pesca
—su principal actividad— sale cuando la luna está sazona. Cuando la luna va junto al sol en los meses de lluvia. Están convencidos de que la luna se hace vieja y se hace tierna; desaparece, pero nunca se muere. Y el cielo es santo y los muertos son el corazón del mundo. Cuando se cae una estrella fugaz es porque un pedacito de pabilo se desprende de una vela.

Conocimiento que trasmiten, ahora con menos frecuencia, de voz en voz. La tradición oral que desde tiempos ancestrales era la única manera de compartir el pensamiento, las creencias de un pueblo. El libro, señala Elisa Ramírez, es un homenaje a esa oralidad, al ejercicio de narrar. “La tradición oral existe, pero sí hay que promover la oralidad como forma de creación, de comunicación, de decirse, tanto entre indígenas como en los no indígenas. Tenemos bibliotecas, pero no tenemos los medios adecuados para resguardar la oralidad y lo primero que tenemos que hacer es darle un estatus a la oralidad casi igual que a la escritura, de prioridad”.

La propuesta de la autora de Cuarenta días que conmovieron al Istmo es comprender que la oralidad es intrínseca a una cosmovisión indígena, y darle un lugar prioritario en la conservación de una comunidad implica asimilar que México está hecho de muchos pensamientos, de muchas lenguas, de muchas costumbres.

No es válido pensar que somos un país con una sola lengua, una sola creencia, una sola legislación, una sola modalidad, una sola educación, ahí está el error. Debemos pelear por la diversidad donde hay que apostarle por los indígenas y eso es apostar a la oralidad, a que los conocimientos son válidos para su lugar y desarrollo, para su espacio y tiempo. No soy anticuaria, creo en el cambio, pero que la tecnología moderna no afecte.
La oralidad sigue siendo la base esencial de la trasmisión de conocimiento, de la educación, de la perpetuación de conocimientos, pero cuando entra un foco a una comunidad hay más tiempo de trabajar, más tiempo para estar frente al televisor, y modifica la manera de trasmitir el conocimiento. Pienso que la oralidad es mucho más infinita”, insiste quien ha sido profesora de la Escuela Nacional de Antropología e Historia; editora y traductora de la serie de literatura y tradiciones orales indígenas de la  Secretaría de Educación Pública, además de becaria de la Fundación Rockefeller.

Para Damián Ortega, director editorial del sello Alias, esta reedición es una aportación al proceso de reconstrucción de una comunidad damnificada. Conocer la base de su pensamiento es trazar el camino de la recuperación: “Se trata de un libro subjetivo donde hay ideas e intereses muy personales, es una diversidad de temas y nunca se ha podido encajar dentro de una disciplina pura, sino que es una mezcla de intereses y eso le da vitalidad, y es la parte más interesante de una obra de arte cuando se escapa de esa definición cuadrada”.

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