Los escenarios entre Peña Nieto y Juárez

peña-nietoPor Horacio Corro Espinosa

Pare el 3 de septiembre de 2013

 

Hay un pasaje de la historia mexicana, donde Don Benito Juárez, en un punto del norte de este país, sin más compañía que unos cuantos soldados, cuando se disponía a descansar, uno soldado le dijo: hoy es 16 de septiembre y no hemos dado el Grito. El presidente llamó a su reducida tropa y ahí, en medio de ellos, dio uno de los Gritos más humildes y conmovedores de la historia de México.

Mientras nuestro Benemérito se hallaba en medio del polvo, Maximiliano celebraba su propio Grito con toda la pompa que el austriaco impuso en la nación mexicana.

A partir de entonces, todos los gritos se hacen bajo, sobre o desde el punto más visible de un edificio público que refleja poder y mando.

El Primer informe del Presidente de México Enrique Peña Nieto, y el grito de Benito Juárez y de Maximiliano, son cosas muy diferentes, pero quiero referirme a los escenarios de los hechos. Tal vez, sea la primera vez que un presidente de México, haya realizado un informe de gobierno en el rincón de la casa del mandatario.

El primer informe de los presidentes siempre ha desperato interés, no así el quinto y menos el último. En el caso de Peña Nieto, no despertó interés  por los resultados de su primer año de administración, sino por el morbo ante el movimiento magisterial realizado en el D.F.

Los informes presidenciales tenían un formato vetusto, y antes de ayer, cada besamanos, funcionaba de maravilla. Todo el día en los medios de comunicación, se hacía alarde de poderío.  El señor de todos los controles informaba lo que se le daba la gana y podía tardarse horas y horas hablando hasta que se le cansara el gañote. En una palabra, podía disponer del tiempo de todos los mexicanos. Es más, a los niños que cursábamos la primaria, los esforzados maestros de entonces, nos exigían oír el informe y hacer un resumen del mismo.

Tanto poder tenía el primer mandatario, que obligaba a todos a aplaudir cuando a él se le ocurría, por ejemplo, cuando se cansaba, alzaba la voz, hacía un enérgico punto y aparte y esperaba los nutridísimos aplausos de todos los presentes. El informante era constantemente interrumpido por las famosas “interpelaciones”. En fin, todo era intercambio de sudores, confeti, carro descubierto, pueblo parado en vallas, ovaciones para la Primera Dama de la República y su distinguida familia, besamanos en Palacio Nacional y bebida, todo de gorra para los que lograban colarse a la fiesta.

Ayer, el informe presidencial fue completamente diferente a todos. Peña Nieto no salió de su casa, de haberlo hecho, se hubiera enfrentado a un grupo de caníbales.

Supongo que sintió gacho no poder salir a la calle a que la gente le aplaudiera y le echara su confeti. Ahora sí que los maestros interpelaron duro al primer mandatario.

Fíjense nada más qué contrastes. A pesar de que Enrique Peña Nieto, rindió su informe bajo una lona de plástico que cubrió a un reducido grupo de invitados, y fue proyectada su imagen a todos los rincones del mundo con una escenografía elegante pero efímera, no tuvo la grandeza ni el esplendor ni el patriotismo que brilló a lado de la pobreza, el grito solemne de Juárez en la Hacienda del Sobaco, de 1864.

 

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