Llegaron las lluvias
Para el 29 de mayo de 2013
Cada que llegan las lluvias a la entidad oaxaqueña, para todo manejador vehicular o caminante, es toda una pesadilla. Todos se quejan de todos y todos se cuidan de todos.
Calles, banquetas y paredes se cubren de un color achocolatado y chicloso. Los caminantes se pegan lo más que pueden al ángulo que hace la banqueta con la pared para evitar recibir la salpicadura de esa espesa maza de tierra, grasa y chapopote, cuando no de desechos fecales.
Todo parece una lucha de llantas contra los caminantes que se dirigen a sus centros de trabajo o de estudios.
También, la vialidad se ve colapsada a consecuencia de los miles y miles de agujeros que reposan sobre las pavimentadas calles de la ciudad.
Cada vez que la lluvia toma por asalto a la Ciudad de Oaxaca, la gente casi siempre dice sorprendida y hasta molesta: ¡qué raro!, ahora está lloviendo. Lo gacho del asunto es que cada que llueve nunca sabemos qué hacer. A todos nos agarra en clarísimo fuera de lugar.
Cuando coincide la lluvia con la salida al trabajo, es cuando se acuerdan del paraguas que dejaron en un rincón de la casa el año pasado, y ahora, por más esfuerzos que hacen para encontrar el utensilio, no recuerdan en que sitio lo dejaron.
A otras personas que ni por casualidad se dan cuenta que ya llegaron las lluvias, son sorprendidas con una blusita ombliguera y a los hombres con camisa ligerita.
Los conductores del autotransporte urbano se embrutecen en grado extremo y son los principales causantes de que el tráfico se atolondre.
Si la lluvia es fuerte y las coladeras se tapan a causa de las porquerías que echaron dentro de ellas, es bastante tarde para que los vecinos se arrepientan de sus faltas, pues muchas veces fueron ellos mismos los que dejaron ahí sus bolsas de basura para que el camión recolector se las llevara.
Si por casualidad se va la luz, los semáforos se quedan sin servicio y la consecuencia es que la ciudad o una gran parte de ella se amazacota. Así que ni para atrás ni para adelante. No hay forma de salir de ese nudo tremendo donde todos reniegan de los ingenieros de autos por no inventar todavía un vehículo con alas.
Por muy inteligente que sea una persona. Por muy memorizado que tenga su camino. Por muy conocedor de su ruta habitual, al circular al día siguiente se va a encontrar con nuevos hoyos que miden el ancho de la misma calle. Desde luego que estos no se ven porque están cubiertos con la misma cantidad de agua. Así que en esos escalones uno se da sus buenos ranazos, incluso hay gente a la que se le ha desprendido la retina de los ojos o se les han fracturado las costillas, y todo por los baches.
Mientras esto sucede al interior de los vehículos, al exterior, a mucha gente se le ve de malas, muy de malas después de haber recibido una buena dotación de lodo en cara y ropas recién planchadas. Y lo peor. Es que sale gente en su vehículo para hacer expresamente esta maldad.
Todos por querer salvar el pellejo corren, saltan, esquivan cuanta laguna encuentran a su paso con tal de no ser ensuciados, pero de todos modos, terminan con los zapatos como si fueran de papel maché.
En fin, pero ¿qué haríamos sin las lluvias?
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