La inundación que mató a cuatro millones de personas

Las aguas del río alcanzaron una altura récord de 16 metros, inundando vastas extensiones de tierras agrícolas, aldeas y ciudades

EXCELSIOR

Aunque la cifra de 4 millones es inmensa, la realidad podría superarla. Se ha calculado que unas 150 mil personas fallecieron durante los primeros meses, directamente a causa de las inundaciones. Pero no está claro cuántas murieron después por motivos relacionados con las crecidas. Las números varían entre 420 mil y 25 millones, de acuerdo con el sitio: Wheater.com

 

En 1931, la población de Hankow, China, presenció una de las inundaciones más catastróficas de la historia. Las aguas del río Yang-tsé-Kiang, junto con otros factores meteorológicos, causaron la pérdida de innumerables vidas, devastaron infraestructuras y dejaron a millones en estado de hambruna.

La naturaleza tiene una manera de recordarnos su inmenso poder, y la población de Hankou en China fue testigo de uno de los eventos más devastadores del siglo XX. Las inundaciones que asolaron la región entre julio y noviembre de ese año resultaron en la trágica pérdida de cerca de cuatro millones de vidas.

El 16 de agosto, las aguas del río alcanzaron una altura récord de 16 metros, inundando vastas extensiones de tierras agrícolas, aldeas y ciudades. Las infraestructuras se derrumbaron, carreteras y puentes fueron destruidos, dejando a comunidades enteras aisladas y sin ayuda.

Estas inundaciones, consideradas las más mortales de la historia, son un recordatorio sombrío de la furia de la naturaleza. Las lluvias monzónicas, combinadas con el deshielo de las montañas y una serie de ciclones, llevaron al desbordamiento de tres de los más grandes ríos de China: el Yangtsé, el Amarillo y el Huai.

Miles de personas, desesperadas por huir de las inundaciones, se encontraron atrapadas en techos y árboles, mientras otras fueron arrastradas por las corrientes. El agua no solo trajo consigo la destrucción de hogares y tierras agrícolas, sino que también trajo enfermedades como la disentería y el tifus, que cobraron aún más vidas.

A medida que las aguas se retiraban, el panorama desolador de la tragedia comenzó a revelarse. Familias enteras habían desaparecido, y aquellos que sobrevivieron enfrentaron la ardua tarea de reconstruir sus vidas y comunidades desde cero. La respuesta nacional e internacional fue inmediata, con donaciones y ayuda llegando desde todos los rincones del mundo.

A pesar del gran número de vidas perdidas, este desastre también llevó a importantes cambios en políticas y prácticas relacionadas con la gestión de desastres y la construcción de infraestructuras en China y en otros lugares. Hoy, la tragedia de 1931 es recordada no solo como un sombrío recordatorio de la furia de la naturaleza, sino también como un punto de inflexión en la historia moderna de la gestión de desastres.

 

El estruendo de un gigante: la inundación que sacudió a China

Publicó The Daily News el 20 de agosto de 1931:

Frente a mí, el majestuoso río Yang-tsé-Kiang, que divide prácticamente el vasto Imperio Chino, y que se extiende a través del país por más de 3 mil millas, desborda furia y desesperación. En este momento, la tierra parece tragada por un vasto océano que ruge y se agita.

El agua se ha desatado en un espectáculo de poder y destrucción. A lo largo de mil millas, la furia del río ha desbordado sus límites naturales, extendiéndose hasta 50 millas de ancho y sumergiendo todo a su paso. Como resultado, unos 31 millones de almas se encuentran en el borde de la desesperación y el hambre. Han perdido hogares, cosechas, esperanzas. La gran ciudad de Hankow, enclavada justo donde el río Han-kiang se une con el Yang-tsé-Kiang, está prácticamente sumergida.

La crisis que enfrenta Hankow es abrumadora: las enfermedades emergen de los cuerpos flotantes que se han convertido en un recordatorio constante de la tragedia, y la escasez de agua y alimentos es palpable en el aire. Se han perdido millones de dólares en propiedades privadas y mercancías; y en medio de esta tormenta acuática, los edificios, ya debilitados por el avance del agua, colapsan, llevándose vidas con ellos.

Las calles, que antes bullían de actividad, ahora son rápidos caudales subacuáticos en Hankow, Wu-chang y Han-yang. Bajo siete pies de agua, estas ciudades enfrentan un futuro incierto, quizás su reconstrucción total.

Ante tal desastre, el gobierno y los extranjeros de Shanghai no permanecen indiferentes. Se movilizan fondos de auxilio, y desde Nankín se propone la compra de 30 millones de bushels de trigo a Estados Unidos. Se busca paliar lo que, temen muchos, será la peor hambruna en la historia de China.

Aquel lugar, Hankow, no es una ciudad cualquiera. Es un puerto tratado en la provincia de Hu-peh, y se sitúa estratégicamente en el Yang-tsé-Kiang, 600 millas tierra adentro desde el mar. Con una población que supera el millón, y junto con las ciudades vecinas, suma casi millón y medio de habitantes. Sus calles angostas y retorcidas, en tiempos normales, son un hervidero de actividad y vida.

Mientras observo, me doy cuenta de que el Yang-tsé-Kiang, conocido por los locales como “el hijo del agua” o “el hijo del mar”, es verdaderamente un gigante indomable. Originario del Tíbet central, atraviesa provincias y recoge innumerables afluentes. El sedimento que transporta es una cifra astronómica, testamento de su poderío.

Hoy, este gigante nos muestra su fuerza, y China, en medio de su rugido, intenta encontrar esperanza y reconstrucción.

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