Honrar su memoria

OPINION
ERNESTO REYES

Contemplar personalmente en pueblos del valle de Zimatlán, Oaxaca, la laborioso tenacidad de las personas campesinas para producir flor de cempasúchitl y las otras plantas representativas de esta temporada como la borla o flor de San Miguelito, es abrir una ventana en nuestra memoria para recordar en estas fechas a quienes se han ido físicamente, pero nunca de nuestras querencias y afectos.

Participar, cada quién según sus posibilidades, de esta celebración o remembranza popular, nos confronta con la fragilidad de la vida – la vida es un momento decía el compositor istmeño, Jesús Chuy Rasgado – pero también con la contundencia del recordatorio que perdura mucho más tiempo en la medida en que nunca olvidemos a las y los ausentes. Los tenemos presentes, a partir de muchas cosas que hacemos o no en la cotidianidad nuestra.

Seguido comentamos: “Como decía mi papá, mi madre nos recomendaba, la abuela preparaba este guiso, mi hermana era muy solidaria, el tío nos contaba cuentos de aparecidos”, etcétera. No se diga de los amigos que los comenzamos a recordar evocando sus anécdotas personales desde el mismo momento en que fallecen o los vamos a velar o en su sepelio. Reconocemos sus méritos, las más de las veces ocultando sus errores o malas actuaciones, pero siempre lamentando su partida. Somos solidarios por naturaleza.

Llegar al Tuxtepec de nuestros recuerdos infantiles es una experiencia casi siempre placentera por la pujanza de esta región, empobrecida por muchos gobiernos rateros qué ha tenido este municipio y los 14 pueblos del distrito. Ya no tiene la bonanza de los años sesenta cuando sobraba trabajo y la producción agrícola e industrial anunciaba un futuro prometedor que, décadas después, se vino abajo. La emigración de mis paisanos hacia el norte del país, en busca de mejores horizontes, es prueba fehaciente de que esta parte de la Cuenca del Papaloapan necesita atención gubernamental urgente para que la gente no se desarraigue y abandone sus hogares, sus familias.

La gente en esta época regresa brevemente, no toda porque tienen trabajo o habitan definitivamente en otros lugares como Veracruz, el centro de Oaxaca o la ciudad de México, a ponerle flores a sus parientes y convivir un rato para muy pronto partir de nuevo invadidos de nostalgia pero recargados de energía para seguir adelante. Algunos le instalan su altar con ofrendas e incienso, convencidos de que los muertos son una especie de dioses menores que actúan como intermediarios ante nuestros dioses grandes como se pensaba en la cosmovisión indígena. Es decir, ellos abogan por nosotros.

Habrá quienes en el centro del estado piensen que la representación de las y los tuxtepecanos es el baile “Flor de piña” y los coloridos huipiles de las mujeres indígenas. Nada más falso, porque acá nunca han sembrado esta fruta como ocurre en Loma Bonita, pero muchísimo más y en abundante producción en poblaciones vecinas del estado de Veracruz. La vestimenta ancestral está relegada, cada vez más, a las personas mayores de San Lucas Ojitlán, San Felipe Usila, San Pedro Ixcatlán, Jalapa de Díaz, Valle Nacional, San Miguel Soyaltepec, etcétera. Es frecuente el uso, todavía, en poblaciones de la zona baja de Choapan, y nuevos asentamientos en tierras veracruzanas a donde se fueron a refugiar o los enviaron a habitar cuando los desalojaron por la construcción de las presas Temascal y Cerro de Oro, dejando sepultados en el fondo de los embalses a sus difuntos, como le sucedió a mi mamá, doña María Martínez Cabrera y muchos de sus familiares que hoy viven en poblados que son nombrados con el adjetivo de ” nuevo” antes del nombre oficial para que no olviden el lugar donde nacieron. Nada debe ser más triste que no tengas un lugar a dónde llevarles flores, una veladora, unas canciones o pasar aunque sea un rato acompañándolos. Fue el caso de sus parientes y miles de personas indígenas mazatecas y chinantecas que fueron a hacer su vida, orilladas por las circunstancias, a lugares como el valle de Uxpanapa o Los Naranjos, Veracruz.

Por eso, y siguiendo esta voluntad, cada vez que puedo, le llevo flores y unas veladoras a nuestros ancestros que quedaron en estas calurosas tierras que en el otoño se ven amenazadas por la crecida de ríos. Son tan codiciados estos suelos que hasta gobernadores muy recientes tienen terrenos, ranchos y propiedades en el rumbo por donde desaparecieron a la abogada y activista Sandra Dominguez y a su esposo, el 4 de octubre.

Estas fechas nos dan la oportunidad de continuar evocando la vida que cumplieron mis papás, mi hermana Paula, tíos, primos y mi abuelita Agustina Solís que, siendo originaria de San Pedro Ixtlahuaca, como su hijo don Manuel Reyes, se quedó para siempre en Loma Bonita. Es ocasión también para tener presentes a algunas amistades que se han ido recién como el profesor Isaias Juárez Ramírez, con quien apenas en el mes de junio planeábamos seguir frecuentándonos, después de más de 40 años de no hacerlo. La muerte le sorprendió en el ejido Camelia Roja, precisamente a unos pasos de donde por muchos años vivió mi madre. En el ejido Benito Juárez, mejor conocido como Sebastopol, tierras que le dieron espacio a la exfábrica de Papel Tuxtepec, dejé amistades que cuando las quiero recuperar ya no están todas. Pero sepan quienes les sobreviven que como a muchas otras las tengo en el recuerdo en estas fechas dedicadas a honrar su memoria. Y como decía el poeta Pedro de Valdivia, citado por Pablo Neruda: “Todo se irá, la tarde, el sol, la vida: será el triunfo del mal, lo irremediable. Sólo tú quedarás, inseparable, hermana (o) del ocaso de mi vida”.
@ernestoreyes14

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