Checo Peréz durmió en costales de harina y cocinaba postres en Alemania para seguir su sueño
Con apenas 15 años, Sergio conoció la soledad y la depresión de vivir lejos de su familia y su país para poder lograr su meta de correr en la Fórmula 1
MILENIO
El piloto mexicano Sergio Checo Pérez podría estar a las puertas de una temporada histórica en la Fórmula 1, una que podría ser la mejor en su carrera y en donde, como pudimos ver en Arabia Saudita, peleará cada que pueda por subir a lo más alto del podio y con ello aspirar a un título de la categoría reina que sería memorable en la historia del automovilismo mexicano.
Ser hoy por hoy el mejor piloto de carreras en la historia de México, es algo que Sergio se ha ganado a pulso y que absolutamente nadie le regaló; si bien el tapatío ha contado con el apoyo preciso de las personas que siempre confiaron en su talento, fue él quien ha tenido que demostrar a lo largo de muchos episodios crudos de su vida, que tiene madera para ser una leyenda.
El día que Checo dejó a México y su familia
Para poder seguir creciendo como piloto, en el año 2005, con 15 años de edad, el adolescente Checo partió solo del aeropuerto de Toluca con rumbo a Alemania, dejando a su familia y a su país para dar un paso que sería definitivo en su carrera.
El libro Nunca te rindas. La trepidante carrera Checo Pérez, cuenta cómo fue esa aventura en el Viejo Continente, cuando gracias al esfuerzo de su padre, Sergio consiguió un asiento en la modesta escudería 4 Speedmedia de la Fórmula BMW de Alemania. “El boleto era solo de ida”.
La cocina y los ‘colchones’ de harina
La ruta de Checo Pérez lo llevó a un pueblo al sur de Alemania llamado Vilsbiburg, sede del equipo 4 Speedmedia, ahí, el joven quinceañero vivió en un restaurante que era propiedad del dueño de la escudería.
Más allá de esperar cada 15 días para poder sentir la adrenalina de competir, Sergio tuvo que colaborar en el comedor, ayudando en algunas labores de cocina como lo era la elaboración de postres, algo que según cuenta el libro citado, no era ningún problema para el mexicano debido al enorme gusto que tiene por esta clase de alimentos.
Cuenta también la historia que Checo dormía en una recámara ubicada en el mismo restaurante; sin embargo, en más de una ocasión tuvo que ceder la misma a algún invitado para él poder dormir en la bodega del establecimiento sobre los “cómodos” sacos de harina.
Sergio tuvo que lidiar con la soledad, con el idioma y con largas esperas entre una carrera y otra, en dicho pueblo, hizo amistad con un empleado de una estación de tren, con quien pasaba largas horas charlando –como podían- para no aumentar la ansiedad encerrado en su habitación, era poco o mucho lo que Checo podía hacer, considerando que Vilsbiburg es una población con apenas 10 mil habitantes.