Pide perdón el Papa por niños “ultrajados”
Jorge Sandoval G / El Sol de México
ROMA, Italia. (OEM-Informex).- Con una oración en la que se reconocen los males, la crueldad, la indiferencia de la humanidad, Francisco concluyó el Vía Crucis en el Coliseo romano ante una gran multitud de fieles, un Vía Crucis marcado dramáticamente por la terrible noticia de la masacre de 147 estudiantes cristianos por parte de extremistas islámicos en Kenia y que dio un particular significado a este rito que evoca la pasión y la muerte de Jesucristo.
El Pontífice habló nuevamente de los abusos sexuales sufridos por niños por parte de miembros del clero, “ultrajados en su intimidad y bárbaramente profanados sin piedad”, por lo cual se imploró nuevamente el perdón, se habló de la familia y de la crisis por la que atraviesa esta institución, del tráfico de seres humanos, de los niños soldados, de los jóvenes en crisis, del trabajo que se convierte en esclavitud, de la pena de muerte y de la tortura que deben ser abolidas de cualquier rincón de la Tierra y por “una Iglesia de la misericordia”, “una Iglesia pobre y amiga de los pobres”. Una reseña de todas las “yagas” de la sociedad de hoy.
“En tu inocencia, dijo el Papa en su oración conclusiva, dirigiéndose al Señor, vemos nuestra culpabilidad y nuestras traiciones, en tu rostro herido, desfigurado, vemos la brutalidad de nuestros pecados y a nuestros hermanos, torturados, decapitados solo por su fe…. Vemos a estos hermanos crucificados bajo nuestra mirada y con nuestro silencio cómplice… No nos cansemos jamás de pedir perdón y no nos cansemos nunca de creer en la misericordia sin límites del Señor”.
Fue el tercer Vía Crucis del pontificado de Francisco, una tradición que, teniendo siempre como escenario el Coliseo (cuyo verdadero nombre es Anfiteatro Flavio), fue iniciada en 1960 por Pablo VI, mantenida sucesivamente por Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora por el pontífice argentino.
Significativa fue la presencia entre quienes fueron llamados a llevar la cruz a lo largo de las XIV estaciones, de personas, enfermos, emigrantes y familias de diversas partes del mundo y de lugares de violencia y conflicto, como Irak, Siria, Nigeria y Tierra Santa, mientras que el jefe de la Iglesia católica seguía concentrado el rito desde la pequeña colina del Palatino, al lado del Coliseo.
Las meditaciones al término de cada una de las estaciones, escritas este año por monseñor Renato Corti, obispo emérito de Novara, fueron inspiradas por el mismo Francisco, y se refirieron a la larga lista de tragedias y dramas humanos que se viven en numerosas partes del planeta.
Fue más que actual el llamado, al cabo de la segunda estación cuando Jesús abraza su cruz, para que se difunda “el derecho fundamental a la libertad religiosa”, que esta vez fue particularmente significativo debido a la matanza de los estudiantes cristianos en una universidad de Kenia por obra de extremistas islámicos y que el papa Francisco condenó, definiéndola como “una brutalidad sin sentido”.
En el reciente pasado, Francisco ha criticado abiertamente a la comunidad internacional por no reaccionar debidamente de frente a la persecución y las violencias contra los cristianos en algunos países de África y Asia, y no son pocos los eclesiásticos que han acusado a los responsables de las potencias mundiales de ignorar el que definen como “un exterminio” de las poblaciones cristianas.
Esta noche, el Papa celebrará la misa de la Vigilia Pascual y mañana domingo, Pascua de Resurrección, desde el balcón central de la basílica de San Pedro dirigirá su mensaje al mundo e impartirá su bendición “urbi et orbi”, a la ciudad y al mundo.
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