Vivir dos veces

LATITUD MEGALOPOLIS

Por: JAFET RODRIGO CORTÉS SOSA

Ha sido un buen día. No lo digo únicamente por el clima templado -sin tanto sol, sin tanto frío-, sino por la trama encarnada en mis pisadas y aquellos momentos que he disfrutado sintiendo la fortuna de vivir en el ahora, sin las prisiones del ayer o el agobio del mañana, enfocándome en los detalles del momento.

 

Los colores y texturas acompañando la banda sonora, que engalana cada acción, cada decisión que tomo. Hasta cruzar la calle se convierte en un suceso único, como si no lo hubiera hecho diez mil veces antes, recorriendo el mismo camino, enfrentando el mismo tráfico y quizás, con las mismas personas junto de mí.

Ver las pinceladas, disfrutarlas intensamente, desear enérgicamente que nada termine, anhelar que días como este se repitan; ansiar la posibilidad de vivirlos una vez más, para disfrutar aquello que no pudimos.

CUESTIÓN DE TIEMPO

El tiempo, concepto misterioso, magnitud física que deteriora a su paso aquello que es finito, que transmuta entre pasado, presente y futuro; deteriorando lo limitado, oxidando el metal, reverdeciendo y dejando morir el follaje de los árboles; creando surcos en la piel que comienza a perder firmeza, estragos, comisuras generadas por cada ciclo cumplido dejando huella; haciendo que falle la memoria, que el pasado se aleje cada vez más de nosotros, o siga aferrado al ahora; o volviendo nuestros deseos de futuro contra nosotros, nos ahogue en la melancolía.

Por más que deseemos controlar el tiempo, vivir dos veces el mismo día –una de forma atropellada y autómata, con el deseo de que pase más rápido el tiempo; otra, disfrutando cada bocado de vida, volviendo cada pequeño momento en una gran historia-, la realidad supera aquella ficción, empujándonos al reconocimiento de que la eternidad acabará con nosotros en algún momento, porque estuvo antes y seguirá estando después, cuando no nos encontremos con vida, aún cuando hubiéramos logrado postergar nuestro legado después de la muerte, llegará el día en que nada quede de lo que somos.

Enfrentados a esto, sólo nos queda hacer algo con lo que tenemos, aprovechar el tiempo, aunque éste se escurra de nuestras manos, buscar la forma de desacelerar el meteórico ritmo en el que hemos vivido hasta ahora; respirar profundo, exhalar con calma y vivir este nano instante en que todavía seguimos aquí, compartiendo lo mejor de nosotros, nutriéndonos de lo mejor de los demás. Agradeciendo cada sorbo de aquella bebida que nos gusta tanto, degustando con el paladar los sabores particulares de cada platillo; dejar de postergar nuestros más preciados planes; arriesgándonos al “no”, defendiendo con pasión aquello en lo que creemos, amándonos y compartiendo ése amor con el mundo.

Aprendiendo a vivir, disfrutando aquel abrazo como si fuera el último, haciendo que los instantes que convivimos con los demás les dejen algo qué abrazar, que una sonrisa nuestra, haga eco en los demás, o en ocasiones que les den cierto consuelo, permitiéndoles seguir.

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