Guerra perdida
ERNESTO REYES
Andrés Manuel López Obrador termina un ciclo virtuoso porque ha logrado sobreponerse a dos despojos electorales y salir triunfante en 2018; al desafuero como jefe del gobierno capitalino ordenado por Vicente Fox y a una feroz guerra mediática y política prácticamente desde que comenzó su vida pública en Tabasco. Y muchas más confrontaciones que ha logrado vencer con pundonor, astucia, valentía y coraje. Y un acendrado patriotismo, como ningún otro mandatario de nuestra historia reciente.
Una vez que el 30 de septiembre se retire de toda actividad pública, vivirá escribiendo libros en Palenque, en la finca “La chingada”. El lugar, figurativamente hablando, a donde quisieron mandarlo muchas veces sus detractores. Recuerdo que, en el camino hacia San José Chiltepec, en la región de Tuxtepec, existió un rancho con el mismo nombre, así que la herencia de su padre, de sangre veracruzana, es producto de la picardía con que se asume la vida en el trópico, y nada más.
Las fuerzas contrarias, que no son pocas – juntaron 15 millones a favor de la excandidata panista- esperan reinventarse, cuando él se haya ido, asumiendo que podrán neutralizar a la primera mujer presidenta y hacer que sus políticas se corran hacia el centro. Y regresar por sus fueros, si es que dentro del movimiento que ha encabezado AMLO, siguen ganando espacios personajes afectos a prácticas nocivas, como las que llevaron a los gobiernos neoliberales a perder el apoyo popular.
En Oaxaca observamos muy de cerca el comportamiento de políticos y servidores públicos que muy poco hacen por cumplir los mandatos principales de la Cuarta Transformación: no mentir, no robar y no traicionar al pueblo. Confiamos en que la presidencia mantenga los ojos bien abiertos a fin de que se sancione cualquier desviación y los actos de corrupción que pudieran cometer malos servidores públicos, en el manejo de recursos federales.
A Sheinbaum le tocará enfrentar, con inteligencia y firmeza, problemáticas cuya solución deja inconclusas el presidente. Como un clavo ardiente, estará en curso la aprobación legislativa del llamado Plan C y la reforma del poder judicial, con la consecuente elección de jueces y magistrados para el año próximo.
Hay retos como la tensa relación con el gobierno de Estados Unidos que, independientemente de quién esté al frente – Biden, Kamala o Trump- no descansará en su propósito de debilitar a un gobierno de izquierda. Su embajador, Ken Salazar, recibido con bombo y platillo en la pasada Guelaguetza, quien estuvo desfilando y cantando hasta el Dios nunca muere, no es más que un lobo con piel de oveja que nos trata con soberbia y claro intervencionismo.
La polémica sobre la representación partidista para integrar el poder legislativo y aprobar reformas de gran calado, estará superado antes de que concluya agosto, pues el nuevo congreso toma posesión el uno de septiembre. Esperemos que en el Senado sumen los tres votos que le falta al movimiento para respaldar lo que aprueben los diputados y acabar con la parálisis legislativa que impulsaba la oposición.
Aún con modificaciones y agregados al proyecto original, finalmente la reforma constitucional será aprobada en septiembre, pese a los lloriqueos que tratan de retardar y descarrilar el proceso legislativo. Hasta promueven un paro, manejados por Norma Piña y su séquito de traficantes de amparos y resoluciones a contentillo de quienes tienen dinero para comprar la justicia. Hay personas juzgadoras muy honestas, pero la gente piensa mal de todo el conjunto que caracteriza al poder judicial mexicano.
El 2 de junio casi 36 millones de personas votamos por reformar un poder que se había puesto por encima de los otros dos poderes de la Unión. Por esto, los siguientes días son cruciales, porque un puñado de burócratas, azuzados por sus jefes, ésos sí privilegiados con altas percepciones, se presentan como víctimas de lo injusto que, según ellos, será poner a escrutinio popular – como incluso se acostumbra en algunos estados de Estado Unidos y otros países- la definición sobre quiénes preferimos que impartan justicia. Si se prefiere a quienes liberan a delincuentes los sábados o que llegue sangre nueva de profesionales del derecho que deseen iniciar o continuar carrera en el poder judicial, con la convicción de que el derecho no sirve para nada, si no es puesto al servicio de los demás, particularmente de los más débiles.
Los jueces, magistrados y empleados judiciales que actualmente están en paro, no van a triunfar con este movimiento; están moralmente derrotados porque su lucha es antihistórica, antipopular y ridícula: es una guerra perdida. No tienen el apoyo de la sociedad.
@ernestoreyes14