Alejandro Solalinde, Padre de los migrantes
La semana pasada tuve el gusto y privilegio de comentar en torno de la persona de Arturo Lona Reyes, Obispo de los pobres. En esta entrega quiero hablar de otro hombre dedicado no sólo a Dios sino a los desprotegidos, a los más pobres particularmente a quienes buscan “el sueño americano”, los migrantes mexicanos y aquellos que vienen del otro lado de la frontera, es decir, de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua, particularmente.
Según Wikipedia, el padre Alejandro Solalinde en su juventud se afilió a los Caballeros de Colón, institución laica conservadora. Buscó pertenecer a la Compañía de Jesús, pero sus superiores de lo convencieron de no ingresar con ésta por ser una congregación “demasiado progresista”, por lo que se incorporó al Instituto Preparatoriano de los padres Carmelitas de Guadalajara. Cursó Letras Clásicas, Filosofía y Teología, además de haber estudiado la licenciatura en Historia por la Universidad Autónoma del Estado de México.
Sin embargo, aquel joven Solalinde -digo yo-, ya traía en sus genes, la semilla de la inconformidad, de la rebeldía pero sobre todo, la de la bondad y el amor por sus semejantes por lo que fue expulsado de los Carmelitas e ingresó al Instituto Superior de Estudios Eclesiásticos, donde faltando 3 años para ordenarse, abandonó el seminario junto con otros quince seminaristas y formó un grupo denominado Consejo Regional de Seminaristas. Finalmente fue ordenado presbítero por monseñor Arturo Vélez, obispo de Toluca.
En los últimos días hemos escuchado de un tema que tiene que ver con el Padre Alejandro Solalinde, el de los migrantes, concretamente, el de las niñas, niños y jóvenes migrantes no acompañados. Y es que este sacerdote se ha distinguido, porque como pocos no sólo ha ayudado, talvez a miles, de migrantes en el albergue “Hermanos en el Camino”, de Ixtepec, Oaxaca, ofreciéndoles comida y techo, sino porque ha alzado la voz para protestar por la violación de los derechos humanos de estos por parte de los gobiernos centroamericanos, del mexicano y gobernadores como Ulises Ruiz.
Si bien, no conozco documentación que hable de que Solalinde se haya nutrido de los pensamientos de la Teología de la Liberación o de los planteamientos que surgieron de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM) de Medellín, Colombia y Puebla, México, es claro que es un hombre que como Lona, no milita en ningún partido de izquierda pero sí es un militante distinguido de esa corriente que se llamó la “Iglesia de los Pobres”.
Solalinde no se calla, denuncia, acusa. Ha condenado los abusos que se cometen contra los migrantes, por lo que ha sido amenazado por fuertes grupos de interés que se sienten afectados que lucran con los centroamericanos, desde grupos que actúan soterradamente, hasta la delincuencia organizada y las propias autoridades del Instituto Nacional de Migración y las policías municipales, estatales, y federales.
El prelado ha encabezado varias marchas para denunciar a las agresiones pero también para exigir, como fue recientemente, a Enrique Peña Nieto, permitir a los migrantes el libre tránsito por México y no tengan que ir en el lomo del tren llamado “La Bestia”. Ha sido claridoso, por decir lo menos, porque ha hecho fuertes reclamos en su momento a Felipe Calderón como ahora al actual Ejecutivo federal a quien le ha pedido que “México deje de ser el policía de Estados Unidos”.
Lo mismo ha hecho con los purpurados, los cardenales de la alta jerarquía católica a quienes ha acusado de “bendecir” a los poderosos que violan los derechos humanos de los migrantes. Los ha acusado por permanecer cruzados de brazos ante el dolor de las madres centroamericanas que llegaron a México en busca de sus hijas e hijos desaparecidos y fue contundente cuando afirmó que “nunca alzan la voz para condenar los feminicidios. Dijo: “A la jerarquía católica le hace falta sensibilidad, bajarse y acercarse a la gente; escuchar los dramas de las madres que han perdido a sus hijos por cuestiones de violencia o por ser activistas sociales”
Solalinde fue galardonado Premio Nacional de Derechos Humanos 2012 y apareció como invitado en el filme “La jaula de oro”, película mexicana de 2013, donde se muestra la violencia que viven los emigrantes que intentan llegar a los Estados Unidos y su labor pastoral y humanitaria.
Apenas unas semanas atrás estuvo en la Cámara de Diputados donde acudió con un grupo de jóvenes centroamericanos, algunos de ellos lesionados a causa de “La Bestia” donde se reunió con la Comisión de Asuntos Migratorios que encabeza mi compañera del PRD, Amalia García Medina y forman parte de ésta, Lorenia Valles y Socorro Seceñas donde los jóvenes hicieron fuertes denuncias contra las autoridades del INM y las policías.
Como con el Obispo Lona, los oaxaqueños, todos los mexicanos debemos estar “agradecidos -diría una señora istmeña- de la bendición de Dios” de lo que significa la labor de este sacerdote que es un “Hijo de Dios incómodo” de la la cúpula de la Iglesia católica que han hecho hasta lo imposible por desplazarlo a él y a los miembros de su congregación como también a fray Tomás González, su mano derecha en esta lucha por la protección de los migrantes en comunidades de Oaxaca y Tabasco.
Diría como aquella mujer istmeña, al término de una misa que ofreció el Obispo Lona, a la que oí implorar al cielo pero que ahora sea por el Padre Solalinde y su albergue “Hermanos en el Camino: “Que el Señor, su majestad lo bendiga, lo guarde y lo defienda”.