Corajes en las oficinas públicas

filasPor Horacio Corro Espinosa

Yo creo que todo oaxaqueño que ha tenido necesidad de acudir a las oficinas públicas, invariablemente ha recibido el trato de ciudadano sin importancia.

Si acudes a cualquier oficina pública ya sea del gobierno estatal municipal o federal, siempre verás a mucha gente que busca ser atendida. La mayoría, esté formada o sentada en espera de su turno, siempre tiene cara de mal humor. Supongo que también sienten la lengua es­tro­pajo­sa y con sabor a centavo por los mismos corajes. No dudo que haya otros que sienten calambres en las piernas mientras otros sudan frío, pero de puro enojo.

Hay otras personas que acuden a esas oficinas públicas, pero no para ser atendidas, sino sólo para pasar el tiempo, o para ir al baño. Esas son las que sin ningún tipo de presión, sin ninguna pena a cuestas, se dan la libertad de observarlo todo. Con calma, pueden descifrar lo que siente cada una de las personas allí reunidas. Que éste tiene cara de darle sus patadas a la que está tras la ventanilla. Que aquel, murmura algo inaudible porque el que esta tras el escritorio juega a las cartas de su computadora en vez de atender a los ciudadanos. Y así, casi se pueden adivinar los pensamientos de cada uno de los que esperan ser considerados.

La mayoría de los intranquilos pacientes, siempre tiene cara de crudos, pero nada que ver con el chupe, sino con la cruda moral, esa que se vive en casi todas las oficinas públicas de Oaxaca.

Desde luego que esos malos tratos no se van a acabar, y van a ser solapados por los altos jefes del lugar. Así que antes de ir a esos lugares públicos de gobierno, te voy a recomendar una solución bastante buena. Deberás tomar una cucharadita para que te evites corajes.

Con este remedio la gente dejará de impacientarse y ya no se sentirá tan infeliz. No se trata de un té de iz­ta­fiate ni de ruda ni de guaco ni de yerba serenada. Con este remedio infalible se te quitará la preocupación y la angustia de tratar con cajeros, secretarias, ventanilleros, sindicalizados, regidores, directores, secretarios, subsecretarios, diputados, presidentes y demás dependientes que se creen dueños del lu­gar don­de desempeñan sus labores.

Yo no sé de cuándo acá, se comenzó a sentir esa gente, a quienes les pagamos  con nuestros impuestos, como nuestros patrones.

Desde luego que todos ellos deben estar a nuestro servicio, pero en lugar de ayudarnos, porque para eso están, nos maltratan, nos humillan, y todavía, nos alegan con voces descompuestas y miradas fieras, que sólo se pueden representar en este medio con ajos y cebollas.

 

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