Cadena humana de vida

ARZATE NOTICIAS

El 13 no es un número de mala suerte. El martes 24 de octubre de 2023, esa superstición falló. 13 periodistas salimos ilesos de un autobús en el que vimos, sentimos y sufrimos el paso devastador del huracán Otis en Acapulco que, tan sólo unas horas antes, era una tormenta tropical.

Creímos que el huracán Otis nos iba a dar tiempo de llegar al hotel Pierre, en la zona diamante de Acapulco para resguardarnos en nuestras habitaciones o en el refugio del mismo hotel. El presidente de la república había anunciado que el fenómeno iba a tocar tierra acapulqueña entre las cuatro y seis de la mañana.

A nombre de la Cámara Minera de México, la Asociación de Ingenieros de Minas, Metalurgistas y Geólogos de México y empresas mineras, habíamos convocado a 25 medios de 11 estados de la república a cubrir los trabajos de la XXXV Convención Internacional de Minería Acapulco 2023.

Casi todos los integrantes del grupo salimos desde el viernes 20 de la Ciudad de México, elegido como el punto de reunión para visitar la mina Capela, de Industrias Peñoles en Teloloapan, Guerrero. Todo el tiempo estuvimos escoltados y monitoreados por elementos de seguridad para garantizar nuestra integridad. Ojalá con ese mismo rigor hubieran monitoreado el huracán.

Un curso de minería para los periodistas invitados, así como torneos de pesca, tenis, golf y un tazón estudiantil donde jóvenes de 15 universidades compitieron en conocimientos sobre geología, minería y metalurgia ocurrieron durante lunes y martes, como parte de los trabajos previos a la Convención.

El martes, a las 7 de la noche, fue la inauguración de la reunión minera más importante de México y la segunda más grande de América Latina, donde se estimaba la asistencia de 10 mil convencionistas. La gobernadora Evelyn Salgado canceló su asistencia porque tenía conocimiento de la llegada del huracán de categoría 5, la máxima que superaría los 250 kilómetros por hora.

Después de la inauguración en Forum Mundo Imperial se ofreció una cena. Ninguna autoridad pidió resguardarnos; tampoco dijo que estábamos en verdadero peligro de muerte; en el hotel colocaron una carta en cada habitación donde indicaban que podían permanecer en su cuarto y si no se sentían seguros podían acudir al refugio con capacidad suficiente para atender a los huéspedes. Lo sé porque llamé para pedir información y para orientar al grupo de periodistas.

Eran casi las 23:00 horas cuando abordamos el autobús para trasladarnos al hotel. Pasó mucho tiempo hasta que decidimos hacerlo porque para ese momento el viento ya soplaba fuerte y empezaba a tirar ramas en el camino. Javier, un joven conductor fue esquivando los obstáculos y sugirió dejarnos en el hotel Princess y ocupar el refugio de ese lugar.

Decidimos continuar hasta el hotel Pierre.  Íbamos parados porque estábamos mojados y si escurría el agua en los asientos no podrían ser utilizados para el siguiente día que continuaría la Convención. El trayecto de 6 kilómetros que debíamos recorrer en 13 minutos se convirtió en más de 40.

Nuestro joven, pero el ávido conductor logró estacionarse a escasos metros del lobby del hotel, pero ya fue imposible bajar. Intentarlo era un suicidio porque seríamos arrastrados por la furia del viento o recibiríamos alguna palmera, rama, poste, lámpara o cualquier otro objeto de los que ya empezaban a volar.

No había manera de ganarle a Otis. Magistralmente Javier, ubicó la unidad a un lado de una camioneta blanca de pasajeros. Se acercó lo más que pudo al techo de la bahía de autos. Recomendó cerrar las cortinas de tela, ocupar el pasillo y proteger nuestra cabeza con las manos.

La plática fue cambiando su curso; los chistes se disipaban; los comentarios sobre lo aterrador ya no se expresaban. Las caras mostraban preocupación e incertidumbre. Los vidrios de las ventanillas empezaron a tronar.

A las 12:20 ante la magnitud de lo que estaba viviendo decidí pedir una cadena de oración en el chat familiar y los puse al tanto de la situación. Compartí la lista de los periodistas, incluido Lalo, mi esposo; mi compadre y compañero de trabajo Beto; Miriam, Sharay, Christoph, Christopher, Saraí, Maribel, Luis Pablo y Luis Carlos, el gran Luis Carlos que son su enorme estatura me hizo sentir que tenía un escudo adicional al de Dios.

Lalo y Beto maniobraron con Javier el chofer para que la puerta del autobús no se abriera y Oswaldo era la barrera de contención de la parte media del autobús donde todos nos concentramos. Dos horas de sentir como si fuera un sismo el que no paraba. Sin luz, sin conexión a internet, sólo con el vehículo encendido para que pudiéramos cargar el celular porque era evidente que la energía faltaría por las siguientes horas y días.

El autobús volando; el autobús con una palmera encima; el autobús con algún fierro incrustado; el autobús con el parabrisas desecho eran las escenas que mi mente negativa imaginaba; pero mi mente también luchó por mantener mi fe en Dios y en la oración en cadena que pedí a mi familia. Pedí permiso a mis compañeros para orar en voz alta; tomé la mano de Saraí y Lalo e imploré la protección divina. No sé si fue corta o fue larga la oración, mis palabras apenas podían salir de mi garganta. La concluí en voz alta, pero continuó en mi mente. Estuve orando sin darme cuenta que la protección divina ha sido otorgada siempre.

Alrededor de las 2 de la mañana, cuando evaluamos que la furia de los vientos había amainado. Nos tomamos de las manos o enlazamos nuestros brazos. Era una larga cadena humana de 13 almas pidiéndole a la naturaleza, a Dios o quién sabe a quién o qué una segunda oportunidad. Una cadena humana de vida que dio ejemplo a los tripulantes de una camioneta que se había estacionado casi al mismo tiempo que nosotros y que al ver nuestra decisión de vida lo hizo lo mismo.

Al interior del hotel nos resguardaron en un área segura. Hubo quienes lucharon por cerrar puertas y evitar la caída de vidrios cuando colapsaron los ventanales del refugio; otros más decidieron esconderse en el closet o en la tina de baño de su habitación y pasar las horas de terror en asilado. Todos vivimos nuestra propia pesadilla.

Al siguiente día, cuando miré la devastación Otis vi mi habitación destruida. Mi maleta con objetos personales voló. Alguien preguntó: ¿Perdiste tu maleta? Y respondí: Gané vida.

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