Un grito en la oscuridad; nace el Black Power

Tras acabar la prueba de los 200 metros lisos, los estadunidenses Tommie Smith y John Carlos levantan un puño, envuelto en un guante negro, en medio de las notas del himno.

Los de México fueron unos juegos cargados de simbolismo. Sirvieron como ombligo del universo para demostrar que la situación racial debía cambiar. Fue el año del destape, de la violencia, de la muerte y de la lucha, sobre todo de la raza negra, siempre olvidada, maltrecha y por supuesto siempre ganadora en el deporte.

Agriamente, el COI comunicó al Comité organizador mexicano, encabezado por el Arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, su idea de incluir a Sudáfrica, que desde 1963 estaba suspendida por sus prácticas de discriminación racial con el Apartheid. La invitación venía empujada por un cliqué de hombres anglosajones que hacían inverosimil el precepto de que los Juegos Olímpicos unían al mundo sin importar la raza.

Lord Killanin, irlandés, segundo al mando del COI y quien sería posteriormente el presidente, había regresado de una comitiva a Sudáfrica reconociendo que las leyes de ese país garantizaban presentar un equipo multiracial en México. A ocho meses se ha readmitió su participación y con ello, explotó una bomba.

Se recibió entonces la respuesta de 22 países africanos negando asistir, además de Siria, India, Jamaica y Yugoslavia. México quedaba en el dilema de ser un país que aceptaba la discriminación por favorecer al Comité Olímpico Internacional.

Pedro Ramírez Vázquez hizo un movimiento eficaz, aunque improvisado. En una misiva enviada a Avery Brundage, presidente del COI, realzaba su voluntad a cooperar con la petición, pero al mismo tiempo opinaba que la posición de México era contraria en el tema de Sudáfrica.

En una última junta de trabajo, Ramírez Vázquez llegó con ases bajo la manga. A Lord Killanin, distribuidor de la Columbia Pictures, le aseguró levantar el veto que tenía en México para distribuir las películas de Cantinflas; al italiano Di Stefani, presidente de la Federación Internacional de Tenis le prometió incluir este deporte como exhibición en detrimento de la charrería y así a cada uno de los miembros lo fue convenciendo con seductoras propuestas de revertir su voto a favor del regreso de Sudáfrica.

 

 

Enriqueta Basilio, la primera mujer en encender el pebetero.

 

Los Juegos llegaron a buen puerto de zarpe, sin saber que el Black Power, estaba más cerca de lo pensado.

La estampa pues, será inmortal. Tres hombres en el podio. Uno es Tommie Smith, estadunidense, el otro es un australiano que el tiempo deslavó, un blanco olvidado hasta en su propio país, Peter Norman y el tercero es John Carlos, negro como Smith. Ambos lo prepararon por impulso. Tras acabar la prueba de los 200 metros lisos, levantan un puño al aire en medio de las notas del himno de su país, en ellas traen un guante negro.Seis meses antes de esto, asesinaron a Martin Luther King, y desde un año atrás luchaban porque el respeto y las condiciones para los deportistas negros, -que eran los que ganaban las medallas- fueran igualitarios-. La gente les aplaudió pero hubo personas que esa noche fresca en el Estadio Olímpico de CU, convirtieron el júbilo en odio.

El embajador de Estados Unidos ofreció una disculpa por la bochornosa, según ellos, reacción de sus atletas y pidieron a los organizadores mexicanos, expulsarlos de la villa olímpica tras el retiro de la visa de atleta. Pedro Ramírez Vázquez en cambio, negó tal acción y sólo mandó cambiar sus permisos por unos de turista, para que Carlos y Smith, estuvieran el tiempo que desearan.

México funcionó como el detonador de un grito de la raza negra en la oscuridad.

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