La misteriosa leyenda del taxy y la mujer vestida de novia

El taxi recorre la solitaria avenida Independencia de la capital del estado con parsimonia. En la larga calle, los árboles sembrados en las banquetas se mecen de manera espectral ante el frío viento del otoño. La tarde cae y el cielo se torna gris y oscuro.

3d1cf3ed-6a09-4e10-b447-b2330b00b464La ciudad de Oaxaca, por los años 50, no tiene muchos habitantes y pese a contar con energía eléctrica, pocas familias se atreven a salir de sus casas cuando las sombras cubren el cielo del valle. En los barrios, la situación no es diferente; las mujeres meten a sus hijos pequeños a los cuartos de vecindad y cierran los postigos por seguridad.

Así que el taxista no tiene más opción que buscar pasajeros en las calles desoladas, en medio de la noche triste que empieza a sumir la ciudad en tinieblas.
La pasajera

Sin prisa, Manuel conduce el taxi por Mier y Terán, dobla sobre la avenida Hidalgo hasta entroncar con el Jardín Morelos, sin saber por qué. No tiene una ruta definida, aunque algo lo hace recorrer en torno a la basílica de La Soledad.

En su periplo vuelve a tomar la avenida Independencia con dirección al zócalo, cuando inesperadamente observa a una mujer joven, vestida de novia, descender con prisa por la escalera del templo.

Entre los claroscuros del crepúsculo, cree ver que la mujer llora, mientras apresurada ingresa al vehículo.

-¿A dónde la llevo señorita?

-A la calle 5 de Febrero, de la colonia América, por favor.

La dama no emite ningún lamento; pero a través del espejo retrovisor, Manuel observa que las lágrimas bañan sus mejillas blancas, pálidas.

“Sólo quiero pedirle un favor, no traigo dinero. Si es posible, podría llevarme a casa de mi padre y allí él le pagará. Comprenda, por favor, sufro una enorme pena y lo único que quiero es llegar a la casa de mi familia, por favor”.

Manuel no duda ni un momento en prestar auxilio a la joven. Está seguro que la novia ha tenido un incidente fuerte en algún lugar en torno a la iglesia y responde solícito: “No se preocupe, yo la dejo en su casa y ahí me paga”.

Extraño descenso

74894822-04eb-462f-b35a-f5637d841a9aSin mayor desconfianza, el chofer reinicia la marcha del vehículo y enfila, ya en la noche cerrada, a la calle de 5 de Febrero, en la colonia América.

Despacio asciende por la calle de Porfirio Díaz, dobla en Constitución e ingresa a la calle de Refugio, donde se ubica el panteón general San Miguel, fundado en 1829, en cuya esquina se localiza la calle 5 de Febrero.

Durante el trayecto, la mujer permanece hundida en el asiento, protegida con el velo blanco de su ajuar. Sólo unas pequeñas exhalaciones, que Manuel siente muy cerca de la nuca, llegaban al trabajador del volante, quien en muestra de respeto se mantiene en silencio.

Lo extraño, nota el chofer mientras el vehículo recorre la larga barda de cantera verde del camposanto, es que excepto la joven mujer, ninguna otra persona había descendido de las escaleras del templo de La Soledad.

“Si hubo un conflicto, es raro que nadie la acompañara; que nadie corriera junto a ella para evitar que tropezara, cayera o fuera arrollada”, pensaba mientras los inmensos laureles pintados de negro hacían más desolado el lugar.

Cuando el taxi está a punto de ingresar a la calle 5 de Febrero, en la esquina en la que concluye la barda del panteón, la mujer parece salir de su letargo y solicita al taxista que le permita descender del automóvil.

-¿Aquí?

-Sí, aquí. Mire, yo vivo en este número, sobre la calle de 5 de Febrero, toque usted la puerta y pida a mi padre que le pague el importe del viaje. Por favor, entregue este pañuelo como prenda, para que no tenga desconfianza.

El taxista nunca escuchó abrir la puerta del carro, ni descender a la mujer, pero cuando frenó para que bajara, simplemente ya no estaba. Había desaparecido. El asiento trasero se encontraba vacío.

Macabra revelación

De cualquier forma, Manuel descendió del vehículo, pues no era época de regalar su trabajo así nomás, y buscó el número que la joven novia le había proporcionado.

Pocas casas adelante lo ubicó. Tocó entonces a la puerta y esperó paciente que alguien la abriera. La noche y el frío arreciaban. Se ajustó la chamarra, metió las manos en las bolsas laterales para calentarlas, pues de pronto un frío gélido invadió su cuerpo.

-¿Buenas noches, qué se le ofrece?

-Buenas noches, acabo de prestar a su hija el servicio de taxi y me dijo que usted me pagaría la dejada. Ella acaba de descender del vehículo, acaba de entrar.

-¿Mi hija?

-Sí, una joven blanca, de cabello oscuro. Por cierto, va vestida de novia.

-¡Es que eso es imposible!

-¿Imposible? Si me dejó su pañuelo para que me creyera. Mire, aquí está la prenda, tómela.

El hombre alargó la mano y tomó el pequeño pedazo de seda blanca, que el taxista le extendía para verificar sus palabras.

-¡No puede ser, no puede ser!- exclamó el anciano apenas tuvo el pañuelo en la palma de su mano.

-¿No puede ser? ¿Por qué? Yo traje a la joven, le digo que venía vestida de novia.

Boda trágica

Entonces el hombre tomó por el brazo al taxista y le contó su tragedia. “Este pañuelo es efectivamente de mi hija, pero el problema es que ella murió hace cinco años”.

Los ojos del chofer parecían salirse de sus órbitas, la garganta se le secó de pronto y un sudor frío le recorrió la espalda, mientras el sexagenario, todavía atribulado por la desgracia, añadía: “Un día como éste, mi hija se iba a casar, pero su novio nunca se presentó a la iglesia de La Soledad, donde se iba a llevar a cabo el sacramento”.

Con el llanto surcando sus arrugadas mejillas, le dijo que su familia había esperado todo el día en la iglesia ante la desesperación de la muchacha; “pero cuando cayó la noche y ya no podíamos esperar más, trajimos a mi hija a la casa; en un descuido se encerró en su cuarto y tomó veneno para quitarse la vida”.

“Sí, este pañuelo es de mi hija y ruego a Dios que tenga piedad de ella, pues es claro que aún paga la culpa de su suicidio; no se preocupe joven, yo le voy a pagar el viaje. Pero esta es la verdad y tengo la obligación de hacerlo de su conocimiento”.

Pero Manuel ya no escuchaba al viejo. Corrió hasta donde se encontraba estacionado el taxi, lo abordó y se marchó del lugar a toda prisa. En todo el trayecto a su casa no pudo borrar de su mente el rostro de la novia con las lágrimas surcando sus mejillas, toda vestida de blanco.

La Soledad

cddfe935-7593-435c-a0bb-56c5fc335899El suceso que dio origen al actual santuario se remonta a 1617, cuando según la tradición, un arriero procedente de Veracruz rumbo a Guatemala notó -al llegar a Oaxaca-, que en su recua había una mula de más. Al pasar por la ermita de San Sebastián, la mula cayó al suelo vencida por la carga que traía. El intento del arriero por levantarla fue inútil y dio aviso a las autoridades para evitar castigo alguno. Al retirar la carga de la mula, ésta se incorporó y murió al momento. La carga fue revisada y se halló la imagen de la Virgen.

Basílica menor

La construcción del templo, actualmente basílica menor, fue iniciada en el año de 1682 por el capellán don Fernando Méndez, con la autorización del Virrey don Tomás Aquino Manrique de la Cerda. Fue terminado en 1689 y consagrado en 1697 por el obispo Isidro Sariñana y Cuenca, año en que fue concluido el convento.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Back to top button