Vuelo cada noche a soñar contigo, arrullado por el mar

 

Por: Ezequiel GomezLeyva.

Bebo un sorbo de café, mientras los rayos del sol mueren en la tarde, presurosos por dejar el paso a las estrellas.

Los acantilados a mis pies me recuerdan que piso terrenos peligrosos, pero que más dá, he estado en lugares donde se respira la muerte.

Las figuras fantasmales que se dibujan con los últimos rayos de sol parecen cobrar vida mientras la oscuridad los envuelve con su manto nocturno.

Bebo lento mi café de la tarde, así como lento, vuelve el recuerdo de tus labios, el susurro de tu voz, lo cálido de tu aliento, y la espontánea sonrisa, cuando en mis brazos con ojos adormilados me decías te amo.

Tu sonrisa marcada por tus blancos dientes que similares al maíz me ofrecían vida alegría, como ahora, que al caer la tarde y al recordarte vuelve a dibujarse en mi rostro una leve sonrisa.

Mis ojos marcados por el tiempo, complementan las líneas de mi rostro qué día a día se transforman en un cuaderno esperando que tus manos con caricias escriban nuevas experiencias que viviremos juntos.

La noche cae, las estrellas brillan y el canto de los grillos opacan el canto de las sirenas, mientras un lucero presuroso comienza a brillar en el firmamento apresurándome a salir de este remanso de paz.

Espacio agradable, pero peligroso, tranquilo pero inestable, donde a cada paso se atraviesa la sombra de la muerte.

Vuelvo a escuchar en el susurro del viento tus palabras, vuelvo a sentir con la brisa marina tus besos, y miro en el caer de la tarde tu tímida sonrisa que enamoró a un endurecido corazón recubierto de lava volcánica.

Las flores a mis pies me recuerdan lo efímero de la vida, el estar sin existir, el declive de la vida y la arena en el reloj, que intangible e inamovible camina hacia adelante sin mirar atrás.

A lo lejos los pescadores regresan presurosos a los brazos de su amada, tapándose los oídos para no escuchar el canto de las sirenas que obstinadas, desean retenerlos en sus divanes de olas de mar y sal.

Yo también escucho como cantan las sirenas, y su canto semeja un concierto de conchas, y tambores oceánicos, de flautas marítimas y de arpas salitrosas, que en un concierto acompañado invitan al desfogue de los más bajos instintos.

Cubro mis oídos con cera de recuerdos dulces, porque fuiste y sigues siendo la única capaz de ver mi lado positivo que yo no he encontrado y que siempre supongo no existe.

Y en este caminar, me pregunto, ¿a dónde me llevarán los pasos de nuevo, en una eterna danza viajera, sin sentido, sin puerto a dónde llegar?

Las velas del barco en lontananza semejan mis pasos y el camino trazado en el mar tempestuoso de la vida, las olas me ofrecen sus campos llenos de olvido, mientras mis oídos escuchan tu melodiosa voz.

Voy a buscarte, y sé que me esperas, voy a tu encuentro con la certeza de que cuando esté de nuevo contigo, escucharé cual susurro marino, el leve suspiro de tus labios confirmándome tu amor.

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