Por qué odias a las personas que caminan lento

CIUDAD DE MÉXICO.

Es muy probable que la hayas sentido al menos una vez en la vida, si no es que todos los días: esa rabia que inunda tu alma, consume tu ser y hace que te hierva la sangre cuando vas detrás de alguien que camina muy despacio y no puedes rebasarlo.

En internet abundan los videos de pleitos contra los que caminan despacio, ya sea porque se quedan en medio mientras hablan por teléfono, van en grupo ocupando todo el ancho de la acera a modo de barricada o son turistas despistados haciendo eso, turistear.

Esta agresividad es tan común que en inglés incluso tiene un nombre académico: sidewalk rage. Leon James, psicólogo de la Universidad de Hawái y experto en el fenómeno, lo compara con la agresividad al volante. Aunque por lo general se considera una especie de manía interna o “un desahogo mental que consiste en hacer suposiciones irracionales sobre otros peatones”, a veces la cosa puede ir a más y derivar en fantasías de “actos violentos contra peatones desconsiderados que obstruyen el paso” o incluso en “muestras evidentes de hostilidad y agresividad”, señala James. Sin embargo, poco sabemos realmente sobre el origen de toda esa ira hacia el peatón pausado o sobre por qué hay gente a la que eso le causa más ira que a otra.

Ese cambio inesperado en nuestras expectativas nos provoca estrés. Obviamente, el sentimiento se agrava si ya estamos estresados. Y si, además, esto genera ira, puede llegar a alterar nuestra percepción del tiempo. La falta de control sobre la situación y la rabia nos hacen creer que nos hemos pasado una eternidad esperando detrás de alguien, lo que lleva a que nos molestemos aún más.

A nadie le sorprenderá saber que quienes más se indignan ante la gente que va a paso lento son los habitantes de las grandes ciudades. Como señala Wittmann, los centros urbanos parecen instigar a la gente para que camine más deprisa y las comodidades de la vida moderna han mermado nuestra paciencia. La lucha por el espacio personal también puede agudizar el sentimiento, según James.

Sin embargo, la indignación peatonal no es un fenómeno que se dé solamente en las grandes ciudades. James lo considera más bien un comportamiento adquirido socialmente, tanto de nuestros padres como de los medios de comunicación, y que se da cada vez con más frecuencia, teniendo en cuenta que el ritmo de vida en las ciudades es cada vez más acelerado y estresante. Y aunque algunos se empeñen en verlo como una vicisitud más de la era moderna, James habla de una “crisis de salud mental que debe ser abordada y revertida” para reducir la violencia que puede llegar a generar y mejorar nuestro bienestar y el civismo en los espacios públicos.

Debemos entender que somos nosotros los que estamos en “modo acelerado” y probablemente necesitemos relajarnos un poco

Afortunadamente, por el momento no es difícil apaciguar esos sentimientos de rabia. Cuando nos topamos con alguien que frena nuestro paso, tendemos a obsesionarnos con nuestro propio estrés y a pensar que vamos a llegar tarde. James señala que debemos romper con estos patrones mentales a través de la “motivación y la práctica” en la vida diaria.

Esto a menudo se traduce simplemente en pararnos un segundo y analizar si estamos empezando a sentir ira, diseccionar ese sentimiento y reconocer que nadie es un monstruo por caminar a su ritmo. En esos momentos también debemos entender que somos nosotros los que estamos en “modo acelerado” y probablemente necesitemos relajarnos un poco si no hay nada que podamos hacer por evitar el inconveniente, señala Wittmann. “Serás más feliz”, asegura, “si eres capaz de cambiar entre esos dos modos. Tendrás más control sobre tus sentimientos y tu vida”.

Habrá gente que se niegue a cambiar y siga insistiendo en que son los que caminan lentamente los que están equivocados moral y culturalmente. Este tipo de personas albergarán ese sentimiento de ira para el resto de sus vidas. Para quienes tengan ganas de superarlo, hay unos cuantos ejercicios sencillos que se pueden practicar para empezar. “Yo recomiendo a la gente nerviosa que vaya al supermercado y se ponga en la cola más larga para pagar”, dice Wittmann. “Repítete a ti mismo: Ahora tengo tiempo para mí mismo y me puedo relajar un momento”. Acepta que, de vez en cuando, bajar el ritmo no es malo e incluso puede ser muy positivo, en lugar de enojarte con los demás por no ir a la misma velocidad que tú.

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