‘Pidamos lo imposible’, mi mágico encuentro con mujeres zapatistas

Recuerdo el tono de voz de mi padre contándome sobre el levantamiento del EZLN en 1994, su tono era esperanzador y lleno de ternura. Mi padre me enseñó sobre la lucha de clases, me enseñó a no discriminar, a no ser prepotente, a ayudar a los que necesitan más y a ser consciente de que estamos en dónde estamos no porque nos haya ayudado el “mal gobierno” sino porque “nos chingamos al sistema”, pero sobretodo, me enseñó sobre nuestros ancestros, me contó de dónde viene el color de nuestra piel, y me enseñó a sentirme orgullosa “porque tenemos piel de cobre”.

Fue hasta mi generación, la mía, la de mi hermana y la de mis primas hermanas, que en ambos lados de mi familia accedimos a educación de nivel superior y contadas con una mano estamos las que llegamos a nivel posgrado, de hecho creo que soy la única.

De esos recuerdos comprendo por qué cuando leí la convocatoria Al Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan en el sitio web de Enlace Zapatista en diciembre del 2017 sentí una especie de emoción mezclada con compromiso en mi corazón que me pedía estar ahí:

 

“Bien que lo sabemos que el mal sistema no solo nos explota, nos reprime, nos roba y nos desprecia como seres humanos, también nos vuelve a explotar, reprimir, robar y despreciar como mujeres que somos”.

La decisión y posibilidades de ir no vinieron fáciles, sigo en periodo de prueba en mi trabajo por lo que tomar 3 días libres entre semana no sonaba como la mejor idea. Esperé hasta finales de enero para decidir asistir el 9 y 10 de marzo y así sólo pedir un día de vacaciones.

A partir de ese momento comenzaron a pasar muchas cosas que no puedo dejar de contemplar como “místicas” alrededor de todo el encuentro.

Cuando decidí ir no sabía exactamente a dónde iba, no organicé con nadie, simplemente compré un boleto de avión y en algún punto unas semanas antes del encuentro, comprendí que el Caracol de Morelia, zona de Tzotz Choj, Chiapas, no es el Caracol de Oventik y que no está cerca de San Cristóbal de las Casas sino que está a más o menos 4 horas de Tuxtla Gutiérrez en la sierra y no tenía la menor idea de cómo iba a llegar hasta allá yo sola.

Me atreví a escribirle a un amigo de mi pareja que vive en Tuxtla y que tiene auto y preguntarle si podría llevarme hasta el Caracol y me respondió inmediatamente que sí. Sabiendo eso pedí mi día de vacaciones, no tuve objeciones, después sólo me quedó esperar emocionada una semana para poder llegar hasta el encuentro.

Estar en el encuentro implicaba un espacio de respeto a la diversidad, a la autonomía y al pensamiento distinto.

No estaba enterada de quiénes iban, ni qué esperar, no estaba tampoco clara en qué pasaría o cómo sería la logística, el 7 de marzo mis redes sociales comenzaron a llenarse de experiencias en el camino rumbo al encuentro, desde los varones que decidieron deliberadamente ignorar la convocatoria de las compañeras y hermanas zapatistas en el que se explicó detalladamente que no se admitirían hombres en el encuentro, hasta los caminos de terracería que no facilitaban la llegada de noche por lo que comencé mi camino el viernes 9 de marzo a las 5 de la mañana.

Viernes 9 de marzo de 2018

Llegué a la entrada del encuentro a las 9:40 am del viernes 9 de marzo, mi entrada fue muy fácil, era la única en el registro, me dieron mi gafete de entrada y una mujer con capucha negra, pantalones verde militar y botas me dio la bienvenida al encuentro, mi primera sorpresa fue ver filas y filas de casas de campaña, hasta ese momento no había considerado que necesito dormir en las noches y claramente no iba preparada, ni para dormir ni para el frío de madrugada que creo que llegó a bajar -0°C.

Recorrí brevemente el Caracol de Morelia, al centro una cancha de fútbol, alrededor un templete y varios espacios utilizados como dormitorios de noche y auditorios de día. Las que no llevaban casa de campaña dormían dentro de los dormitorios que albergaban a casi 500 mujeres por dormitorio.

Estar en el encuentro implicaba un espacio de respeto a la diversidad, a la autonomía y al pensamiento distinto.

No estaba enterada de quiénes iban, ni qué esperar, no estaba tampoco clara en qué pasaría o cómo sería la logística, el 7 de marzo mis redes sociales comenzaron a llenarse de experiencias en el camino rumbo al encuentro, desde los varones que decidieron deliberadamente ignorar la convocatoria de las compañeras y hermanas zapatistas en el que se explicó detalladamente que no se admitirían hombres en el encuentro, hasta los caminos de terracería que no facilitaban la llegada de noche por lo que comencé mi camino el viernes 9 de marzo a las 5 de la mañana.

Viernes 9 de marzo de 2018

Llegué a la entrada del encuentro a las 9:40 am del viernes 9 de marzo, mi entrada fue muy fácil, era la única en el registro, me dieron mi gafete de entrada y una mujer con capucha negra, pantalones verde militar y botas me dio la bienvenida al encuentro, mi primera sorpresa fue ver filas y filas de casas de campaña, hasta ese momento no había considerado que necesito dormir en las noches y claramente no iba preparada, ni para dormir ni para el frío de madrugada que creo que llegó a bajar -0°C.

Recorrí brevemente el Caracol de Morelia, al centro una cancha de fútbol, alrededor un templete y varios espacios utilizados como dormitorios de noche y auditorios de día. Las que no llevaban casa de campaña dormían dentro de los dormitorios que albergaban a casi 500 mujeres por dormitorio.

Mientras estaba en la mesa al otro lado del grupo reconocí a una mujer de ojos grandes y cabello negro, la saludé en silencio y cuando soltamos los brazos y me limpié las lágrimas la saludé. Conversamos mucho tiempo, me contó cómo iba su experiencia en el encuentro, y me ofreció un espacio en su tienda de campaña. Fue hasta que estuvimos formadas para esperar a que las compañeras zapatistas nos compartieran un plato con huevos revueltos y frijoles que nos dimos cuenta que no estábamos seguras quién era la otra y que nos habíamos confundido. Bendita la suerte de las distraídas.

Me llevó al espacio en dónde estaba su casa de campaña, que por azar estaba en el único lugar de todo el encuentro en el que había señal de celular.

Dejé mi mochila y conocí a mis nuevas compañeras, para ese momento había pasado más de medio día y me sentía cansada, el sol quemaba directo a la piel y volvía imposible estar mucho tiempo fuera, pero la conversación con una joven universitaria de la escuela de trabajo social con intervenciones comunitarias en la montaña alta de Guerrero y que forma parte del grupo Rosas Rojas me deslumbró y me sacudió el cansancio para acompañarla a uno de los momentos más intensos de mi experiencia en el encuentro, una mesa sobre trabajo sexual.

Tuve el desacierto de llegar tarde pero me recibió una última frase de una de las moderadoras: “porque la prostitución es el trabajo más antiguo de la humanidad”. En todas las mesas por respeto a las demás discusiones no se aplaudía cuando alguien hablaba sino que se hacía un aplauso silencioso, alzando las manos y moviéndolas en el aire, esta práctica de hacer señales con los brazos la conocí en las asambleas de organización de acciones ciudadanas en 2014 posterior a la desaparición de los 43 de Ayotzinapa. La señal que contrapone al aplauso silencioso es la de desacuerdo, alzando los brazos y cruzandolos haciendo una equis. La frase que escuché a mi llegada me provocó alzar los brazos y cruzarlos.

Esa señal me conectó visualmente con otras mujeres que estaban en el grupo. Una de ellas tomó la palabra para decir: “las abolicionistas no somos blancas privilegiadas, míranos acá”, señales de aprobación.

La conversación tomó un tono solemne y serio. Por lo menos para mí, estar en el encuentro implicaba un espacio de respeto a la diversidad, a la autonomía y al pensamiento distinto. Me sentía estremecida por escuchar otras voces que expresaban ideas y opiniones tan parecidas desde tantos lugares distintos pero también me sentía comprometida a cuidar el espacio en el que estaba. Los debates sobre trabajo sexual dentro del feminismo tienen décadas de confrontación y son tan fuertes que ambos extremos pueden llegar a ser subjetivamente agraviantes para la otra postura.

En mi experiencia, y de hecho una de las razones por las que decidí ir sola al encuentro, es que el diálogo, la crítica y la exposición de algunas posturas, como la abolición del trabajo sexual, se ha tornado poco posible en los espacios urbanos feministas

Los debates sobre trabajo sexual dentro del feminismo tienen décadas de confrontación y son tan fuertes que ambos extremos pueden llegar a ser subjetivamente agraviantes para la otra postura.

Pero la certidumbre la devolvió una activista que trabaja con niñas y jóvenes de barrios pobres que desde que tienen 11 años son engañadas para después ser víctimas de trata con fines de explotación sexual y que expresó: “estamos dentro de un mundo imposible que está siendo posible, imaginemos que a las compañeras les hubieran dicho que era imposible hacer este encuentro, pidamos lo imposible”.

Así fue como alce la mano para exponer que el trabajo sexual ya está regulado, porque si no lo estuviera no sería uno de los negocios más rentables del mundo, para los que lo controlan y para decir también que hasta hoy sabemos que el modelo nórdico es el que mejor ha funcionado para reducir la trata de personas con fines de explotación sexual.

Después de mí vinieron más intervenciones; Rosas Rojas planteó que el trabajo sexual también está atravesado por la clase, que es desde la pobreza que muchas mujeres deciden dedicarse a la prostitución; se exploró también la idea sobre hasta dónde somos libres en el sistema económico en el que vivimos.

Para ese momento las moderadoras comenzaron a pedir que las compañeras zapatistas dijeran su opinión, entonces una voz preguntó directa y claramente, “¿está permitida la prostitución en territorio zapatista?”. Por fin una compañera zapatista se levantó y dijo: “no creemos en la venta de cuerpos, debemos ver al futuro y dejar atrás las prácticas que nos detienen, aquí no se permite la prostitución”.

Las moderadoras pidieron entonces que se propusieran “sugerencias creativas” concretas que pudieran ayudar a las mujeres que ya están en el trabajo sexual, una activista que había acompañado a trabajadoras sexuales en Tijuana explicó que en sus años de experiencia, la respuesta a la pregunta sobre si tuvieran la posibilidad de dedicarse a otra actividad siempre era respondida con un: sí. Explicó que era imperante tener planes de trabajo inmediatos a la par del trabajo político que implica la postura de la abolición.

Se tienen que tener paciencia, esto no lo van a resolver en este encuentro, ni lo van a resolver pronto, pero se tienen que escuchar y se tienen que tener paciencia.Una compañera zapatista

Antes de terminar una compañera zapatista se levantó y dibujo con su boca una de las frases más importantes que he escuchado en mi vida: “Se tienen que tener paciencia, esto no lo van a resolver en este encuentro, ni lo van a resolver pronto, pero se tienen que escuchar y se tienen que tener paciencia.”

Entre dos de los dormitorios más grandes estaba el espacio de exposiciones, fotografías, esculturas, pinturas, ilustraciones, un pasillo lleno de colores en el que al salir de las mesas se encontraban todas las mujeres al moverse a otra actividad. Así conocí el proyecto “Qué Vulvaridad exposición fotográfica” creado para visibilizar que las vulvas son tan diversas como las mujeres y por culpa de la idealización de cuerpos a partir de la pornografía muchas mujeres se sienten inseguras y además que en muchos lugares del mundo mujeres cada vez más jóvenes acceden a realizar una vaginoplastia.

Cerca del atardecer asistí a una mesa sobre los 7 principios de organización zapatista,mi expectativa era entender desde la experiencia de mujeres que viven dentro de las comunidades autónomas cómo se organizan, la moderadora de la mesa leía cada uno de los 7 principios y pedía que las participantes explicaran que entendían y sus opiniones, confieso que me pareció aburrido y una pérdida de tiempo hasta que la misma moderadora dijo uno de los principios, convencer y no vencer, “significa que la reflexión no se impone a nadie, se convence, lo necesario es escuchar todas las voces y no imponer posturas.”

Al final de las actividades del día había conciertos en el templete, conocí a “Batallones Femeninos” un proyecto de mujeres y hip hop que movió a las más de 7 mil mujeres que estábamos en ese momento en el encuentro. Dormí en la casita de campaña en la que mis nuevas roomies me dejaron estar al centro para no pasar tanto frío, no funcionó pero mi corazón estaba cálido, poco me importó que casi me da hipotermia en las piernas.

Reflexión sobre el primer día: escuchar, escuchar, escuchar y escuchar más.

Sábado 10 de marzo de 2018

Este día estuve cerca de dos mujeres que representan el significado de mujeres que luchan, la madre de César Manuel González Hernández, uno de los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa que a casi 3 años de su desaparición ha recorrido muchísimos lugares exigiendo justicia y presentación con vida de su hijo y sus compañeros. Y la madre de Lesvy Berlín Osorio, estudiante víctima de feminicidio dentro de las instalaciones de Ciudad Universitaria y quien ha tenido que convertirse en experta en violencia de género para poder tener justicia por la muerte de su hija. Esto después de que la procuraduría de la Ciudad de México declarara su muerte como suicidio en un inicio y motivo por el cual, el asesino de su hija, su pareja, estuvo en el velorio y despedida del cuerpo de su hija.

El cansancio no me permitió seguir en las mesas y subí a uno de los espacios para talleres artísticos y deportivos, mire a muchas mujeres aprendiendo muchas cosas, defensa personal, teatro, entre sueños escuchaba sus experiencias y sus voces.

Risas, debates, abrazos, sonrisas, llanto, emociones y aprendizajes siguieron floreciendo en cada rincón del encuentro, dentro de mí comenzaron las reflexiones, estaba viviendo algo nunca antes vivido, estar entre miles de mujeres por casi 3 días.

Comenzó el atardecer y nos acercamos al templete, la clausura comenzó y en ese momento al escuchar a las compañeras zapatistas entendí que estábamos siendo parte de la historia, que un día le iba a contar a mis nietas que había estado en el Primer Encuentro de Mujeres que Luchan en marzo de 2018.

De las palabras de clausura me quedó:

“Sus cosas raras”

“Somos un chingo”

“Las abrazamos y las escuchamos”

“Avisen porque dicen que vienen quinientas y se les perdió un cero en el camino y llegan como cinco mil”

“A las que luchan, a las violentadas, a las que ya no están, a las que sufren”

“Plantamos una luz hoy”

“Prometemos seguir vivas”

El encuentro no terminó con la clausura, siguieron pasando cosas mágicas, aprendí algunas palabras en Tzotzil, bailé mientras escuchaba a “Dignidad Rebelde” un grupo de banda de mujeres del Caracol de Oventik que me llenaron de risa y felicidad y también de dolor porque entre los saltos y los gritos y la emoción alguna compañera me dio un codazo que me sacó un morete negro en la barbilla.

Gracias a las compañeras y hermanas zapatistas por permitirnos encontrarnos para sostenernos en amor, en comprensión, en escucha, en colectivo, con convicción y, sobre todo, luchando.

* Este contenido representa la opinión del autor y no necesariamente la de HuffPost México.

 

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