Los discursos patrióticos

por Horacio Corro Espinosa

La Ciudad de Oaxaca se ha convertido en una urbe tan monstruosa, crispada y descastada, que poco a poco ha ido perdiendo sus más agradables tradiciones. El día de Reyes; la ronda de quien encuentra el muñeco en la rosca; la “levantada del niño” el día de la Candelaria; la celebración del 5 mayo; la identificación de los Manueles con las mulitas el jueves de Corpus; las bromas ingeniosas el día de los inocentes… todas estas celebraciones, o ya no existen o su cumplimiento es un pálido y desabrido reflejo de lo que fueron hace tiempo.

En este mes de septiembre, por ejemplo, aún se efectúa la pachanga del “Grito” en la noche del 15 y el desfile militar del día siguiente, pero ya no hay discursos patrióticos, y si los hay, nadie acude a escucharlos.

¡Me acuerdo de los maravillosos discursos del 16 septiembre! En los pueblos pequeños de Oaxaca, aún hacen retumbar los aires y llenar los corazones de fervor patrio. Ahí se hacen, todavía, discursos llenos de metáforas y alegorías, de frases hechas y citas históricas. Discursos interminables, en que oradores oficiales y espontáneos, dan vuelo según su instrucción y su elocuencia.

No faltan los poemas épicos a base de rimas y asonancias en “on”, para que rimen con el rugir del cañón, los latidos del corazón, la bravura de León y las iniquidades de la ibérica opresión. Piezas oratorias que invariablemente terminan con los ¡vivas!, a México, al señor cura Hidalgo, a Morelos y a Matamoros. Y al alcalde en turno, pues nunca faltan los barberos.

Días antes de las festividades patrias, se instala la tribuna de los oradores, el estrado de las autoridades y las sillas para el público. Se adornan los postes y los árboles con banderitas de papel de china y serpentinas con los colores nacionales. Se mandan pintar las bancas de la plaza principal, y se consigue prestada la sillería de las cantinas, por regla general es propiedad de españoles.

Con el piso cubierto por el confeti tricolor de la noche anterior, van llenando las sillas la gente del pueblo con sus vestidos de limpio. Después se instalan en las sillas los personajes de la localidad: el médico, el farmacéutico, el ex hacendado que ahora se dedica a prestar al tanto por ciento; todos ellos acompañados de sus esposas, que son unas señoras regularmente gordas. Y por último llegan las autoridades, estiradas y ampulosas: el señor presidente municipal, con gafas oscuras; el comandante militar de la plaza, el representante del ministerio público y oficial del registro civil.

Luego vienen los discursos; un canto a la patria, declamado con mucho movimiento del brazo derecho por una niña de buques, toda vestida de blanco, que es la alumna más aplicada de la primaria. Y después los oradores espontáneos, quienes invariablemente inician su discurso con un “seré breve”.

Y para terminar, el himno nacional. Espero que por muchos años más nos duren los discursos patrióticos del 16 septiembre en muchas de nuestras poblaciones, aunque parezcan fuera de tono en esta era espacial.

Twitter: @horaciocorro

horaciocorro@yahoo.com.mx

 

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