La enamorada boba

enamorada

Por Horacio Corro Espinosa

Ayer me pidieron que hablara de los enamorados, ya que estamos en el mes del amor. Así que ¿de qué habla “el” o “la” enamorada?, te has puesto a pensar en eso. El enamorado… mejor voy a referirme a las enamoradas, porque lo que quiero platicarte, escasamente se da en los hombres, en cambio las mujeres, sufren frecuentes ficciones en plena campaña amorosa.

La enamorada todo el tiempo está hablando del novio, o del amante y casi siempre lo califica de tierno, amoroso, galán, afectuoso, sensible, responsable, sentimental, fino, educado y demás pesadeces que se le puede ocurrir a la interesada. La adicta al hombre que posee todas esas y más virtudes, durante las 28 horas del día piensa en él, y si por algún motivo le interrumpen en sus rosados pensamientos, se encierra en el baño para que ahí, sentadita cómodamente continué repasando al hombre de su vida.

La apasionada chava, de tanto pensar en el gallardo caballero, le llega un momento en que se le tupe el entendimiento y la panza se le llena de maripositas. Es cuando corre al teléfono para interrumpir a cualquier amiga que tiene cosas más importantes que hacer, que escuchar lo mismo de siempre: que ya no puede vivir sin él o que es un malvado porque ya van más de dos horas que no le habla para oírlo decir que la quiere.

Cuando ella habla de su pareja no lo llama por su nombre, sino se refiere simplemente a “él”.

Ella siempre va más allá de lo que verdaderamente es el chavo, porque cuando ella está hasta el gorro de amor, o de ganas ―casi siempre se confunden estos dos sentidos― ella empieza a creerle ciegamente a él todo lo que le dice. No sé si eso sea inocencia, ingenuidad, bobería o…, bueno, ustedes imagínenselo.

Lo peor es que hasta la familia competa, desde la bisabuelita hasta el recien nacido de la casa de la novia, le siguen el juego al marrullero ese que por lo regular siempre se pasa de listo, o a la mejor también, porque la familia no quiere demostrar ante la sociedad, que el novio de la chica es un pelagatos que no tiene en que caerse muerto, por eso lo disfraza de arquitecto, economista, abogado o de cualquier profesión para que sepa el vecindario que la familia sabe con quién juntarse y sabe elegir. O como dijera una señora de por aquí: “mi hija se va a casar con un licenciado en licenciatura”. Si de plano el chavo no la hace como profesionista, lo pintan como próspero comerciante, ganadero o industrial. Y si tampoco tiene pinta de nada de esto último, pues lo enmascaran de político o del secretario del Lic. Juan de las importancias.

De esta manera, la enamorada se entrega ciegamente a él, y además, decide abandonar el trabajo que le da para medio vestirse, pues el fulano tiene tanta lana que ya no quiere verla tras de un escritorio y menos, recibiendo órdenes de un cualquiera. Hay muchas mujeres que presentan su renuncia para jamás volver a ser la trabajadora de nadie, y se preparan para que desde el primer día de matrimonio administre ella la fortuna y los negocios del marido.

La novia feliz, la familia orgullosa y las amigas verdes de la envidia, se alistan todos para la gran pachanga que ofrecerá el espléndido novio donde se reunirán los más distinguidos personajes porque según, de acuerdo al sapo será la pedrada. Se aceleran los pulsos, vienen las palpitaciones, se pierden cabezas y se alegran los corazones por la pareja de enamorados.

Y al siguiente día o en la misma noche de la boda, en los plenos vapores del alcohol, el pelafustán le canta a los suegros para que le ayuden a pagar la fiesta porque, porque, p’s ustedes comprenderán…

Twitter:@horaciocorro

horaciocorro@yahoo.com.mx

 

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Back to top button