Historias de agua

Por Horacio corro Espinosa

A veces no entiendo por qué me suceden ciertas cosas. Como por ejemplo que la gente, sin conocerme, me cuente casi completa la historia de su vida entre lágrimas, risas y moco tendido. Y lo peor de todo, es que esas conmovedoras historias me las desembocan casi siempre cuando me dispongo a leer o a dormir en el vehículo que me lleva de viaje.

Alguien me dijo que me sucede eso porque nací bajo un signo de agua. Definitivamente en esas cosas yo no creo. Después de la acongojada historia que me cuenta el compañero o compañera de junto, provoca que yo también termine con un nudo en la garganta y los ojos vidriosos. La historia casi dura el mismo tiempo del recorrido, así que no me queda más que resignarme por no haber dormido durante todo el trayecto sólo por escuchar la crónica de alguien que, tal vez, jamás vuelva a verlo. Pero total, soy bien tolerante a ver lágrimas de vidas ajenas.

Tal vez sea por esta razón que encuentro tanta relación de las lágrimas con las tuberías. Tengo una historia plomerística bien catastrófica. Cuando entro en el baño de una casa ajena tengo que tirar de la manija con mucho cuidado por temor a quedarme con ella en la mano o de provocar un diluvio. Por mis viajes constantes, siempre tengo la mala suerte de que me toca un cuarto de hotel que tiene tapada la regadera o de plano, se le escapa por el tubo un chisguete mas no por la regadera; o sino, también me han tocado cuartos con la famosa gota continua que nunca dejar dormir.

Un día, en un edificio de oficinas públicas, de esos lugares donde en cada descanso de las escaleras hay un baño –uno de mujeres y otro para hombres– sucedió algo fuera de lo común: de repente se dejó escuchar un escándalo que alarmó a todo el personal. Unos decían que se escapaba el gas, otros que era la llanta de algún vehículo, y otros más, que lo mejor era huir del sitio porque era un ruido bastante extraño.

Las secretarias, directivos y demás personal comenzaron a abandonar sus escritorios para huir. Al ir bajando apresuradamente por las escaleras, al llegar al primer descanso, se abrió la puerta del baño y de ahí salieron dos jóvenes: chava y chavo bien empapados. Atrás de la pareja, el agua se escapaba furiosamente de la tubería que iba al lavabo.

El montón de secretarias, que iban por delante, se detuvieron al borde del descanso de la escalera, y el resto del personal se quedó atrás de ellas para ver desde los escalones la escena provocada por los jóvenes mojados.

¿Qué les pasó?, preguntaron algunos. Y las más indiscretas: ¿qué estaban haciendo? Y el silencio se hizo. Sólo el ruido del agua se escuchaba. La chica fue la que tuvo el valor de decir que uno entraba y el otro salía del baño al mismo tiempo y, que por las prisas, chocaron contra el lavamanos y de ahí la ruptura de la tubería.

Yo, lo único que dije, bueno, más bien lo pensé, que los dos chavos eran también acosados por el agua en todas partes.

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