Bandera tricolor

por Horacio Corro Espinosa

Septiembre es un mes tricolor, nadie lo duda. Esto lo aprendimos y lo descubrimos desde nuestros días de escolar en la primaria. El himno nacional y la bandera patria nos llenaban las horas del día. Nuestro regocijo era el tronar de los cohetes, mismos que nos reventaban los tímpanos. También veíamos inflar, con sombrero en mano, los globos de papel que no duraban mucho tiempo en el aire porque bastaba un soplo sencillo para que perdieran su verticalidad y se quemaran en las alturas. Aún así, ver ese espectáculo resultaba una aventura y una alegría.

Antes, era como tarea obligada  ―un lujo sencillo―  el adornar el frente de las casas. Los edificios de gobierno  también hacían lo propio al engalanar las fachadas con los colores de las tres garantías que significaban: unión, religión e independencia; el verde el blanco y el encarnado, así se decía, en banderolas, mantas, moños, rehiletes, campanas o simplemente tres tiras de papel que formaban los colores de la enseña patria.

Había otros adornos como los  pasacalles, en los que a base de recortes, formaban las figuras de los héroes de la Independencia.

Hubo un tiempo también, que los coches llevaban  la enseña patria en su trompa, o en el cofre, pues; y más todavía, las bicicletas cargaban sobre el manubrio o a los lados de los diablos, banderitas, hélices y festones tricolores.

Ahora, tristemente, ya no se usa nada de eso; pero antes, a las banderas mexicanas se le añadían las muchas otras naciones. Los vendedores callejeros las llevaban muy numerosas y distintas en sus palos arbolados. De hecho, los cinco continentes estaban ahí representados y uno escogía los pabellones que fueran de su simpatía, de su amor o simplemente de su gusto coloreado para ponerlas en ramas o en vehículos rodantes o en las puertas, ventanas, balcones y todo espacio desocupado.

No sé si fue (mala) disposición o decisión de los fabricantes y expendedores el desaparecer del mercado todas las enseñas, digamos; “extranjeras”.

Cierto es que la exhibición de banderas de tal o cual país en un momento dado provocaba fricciones callejeras. Eso nunca lo vi, pero eso me cuentan las personas mayores. Por ejemplo, había riñas callejeras en los años de la guerra civil española, cuando se cruzaba uno que llevaba la tradicional rojo y gualda, con el que llevaba la rojo, gualda y morada de la España Republicana.

Había otros que con ánimo retador y pésimo gusto, salían a la calle a exhibir la bandera hitleriana y su nefasta suástica, que por cierto, aún hoy la usan muchos jóvenes, pintada o sobre puesta sobre sus cuerpos sin saber su significado. Yo creo que se sentirían ridículos si un rabioso alemán los viera con tamaño colgadijo o tatuaje.

El caso es que ahora ya no es tan fácil encontrar banderitas de todo el mundo, sólo se consiguen banderas mexicanas; pero no importa mucho: en ellas caben todas las que los hombres de bien aman en el ancho mundo. Así que, es sabroso vivir dentro del mes de la patria.

Twitter:@horaciocorro

horaciocorro@yahoo.com.mx

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