‘Ya sé a dónde vamos, no necesito ver el mapa’: el perro miedo de ser mujer

EXCELSIOR

‘No dije nada porque también es posible llegar al sur de la ciudad por ese camino, pero unas calles adelante me percaté que el teléfono estaba bloqueado’

CIUDAD DE MÉXICO.

Surgen las historias, se desgranan.

En Metro no porque secuestran, en taxi no porque asaltan, caminando no porque te acosan, en bici no porque te atropellan: qué perro miedo ser mujer y andar sola en esta ciudad, en este país, en este mundo.

Esta mañana abordé un Cabify muy temprano para ir a mi trabajo como lo hago todos los días.

El auto llegó 15 minutos antes de mi reservación y me marcó por teléfono para avisarme que me esperaba en la entrada de mi casa, era un coche blanco. El conductor se llamaba Julián Resendiz.

Cuando me subí me confirmó mi nombre y mi lugar de destino para iniciar el viaje. Todo bien hasta ahí.

Eran las 5:15 de la mañana y noté que no siguió la ruta que le marcaba Google Maps sobre Avenida Chapultepec y dio vuelta en Cuauhtémoc.

No dije nada porque también es posible llegar al sur de la ciudad por ese camino, pero unas calles adelante me percaté que el teléfono estaba bloqueado y Julián lo había puesto sobre el asiento del copiloto.

Me asusté.

Como una medida básica de protección llamé a un amigo para avisarle que ya estaba a unos minutos de llegar a mi trabajo y le informé exactamente cuál era mi ubicación.

Él aún estaba dormido y no sabía lo que estaba pasando, por lo que me regresó la llamada inmediatamente para que le diera más detalles hasta que llegara a mi trabajo.

Al colgar, le pedí al conductor que siguiera la ruta indicada porque ya la había cambiado sin preguntarme.

“Ya sé a dónde vamos, no necesito ver el mapa”, me contestó.

Habían pasado menos de 5 minutos de mi viaje, la actitud del conductor y su respuesta me parecieron muy extrañas.

Pensé en bajarme en ese momento, pero eran las 5:20 de la mañana y consideré que sería muy arriesgado bajarme a mitad de una avenida que se encontraba casi vacía y completamente oscura.

Me asusté más.

Le pedí que pusiera su teléfono en un lugar visible para corroborar su ubicación con la mía y lo encendió, pero no para poner el navegador, abrió Whats App y escribió un par de palabras en un chat.

El semáforo estaba en rojo y al ver lo que sucedía le dije que terminara mi viaje en el metro División del Norte (que era el más cercano), pero su respuesta fue negativa:

“Si desconfía del servicio, puede bajarse en ese momento del auto y pedir otro Cabify”.

No lo pensé dos veces y me bajé. Empecé a caminar con dirección hacia el metro y me di cuenta que el auto se quedó parado.

Qué estúpida. Me puse una falda un poco corta. No pude evitar sentirme culpable por vestirme así y quizá, de alguna forma, provocar esto. Sé que no, pero sé que sí.

Caminé lo más rápido que pude, pero aún faltaban varias calles para llegar al metro al que el conductor de Cabify sabía que necesitaba ir.

Terminé por pedir un Uber y por suerte no tardó mucho en llegar.

El nuevo conductor me tranquilizó y me animó a denunciar lo ocurrido, señalándome la forma como proceden las quejas en esta empresa de transporte privado.

Llegando a la oficina, lo primero que hice fue levantar el reporte en la app, pero solo me fue posible redactar brevemente lo ocurrido.

¿Exageré? ¿Soy la única? ¿Servirá de algo mi reporte?

Parece que no:

https://twitter.com/alinevnva/status/993526315591577600

Lo cierto es que hay un protocolo que seguir y el conductor no solo no lo respetó sino que me hizo sentir incómoda y sí, de cierta forma acosada e intimidada.

Qué perro miedo ser mujer y andar sola en esta ciudad, en este país, en este mundo.

 

 

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