2017: ¿el perdedor se llevará todo?

Excelsior

10 de Junio de 2017

Desde finales de los 80, aprendimos que para ganarle al PRI en las urnas, los opositores debían ser capaces de inhibir, parar, demostrar o incluso equiparar sus trampas electorales.

Por supuesto que los gobiernos en turno ayudan a sus candidatos y echan a andar la maquinaria de sus programas y operadores para garantizar continuidad. Pasa en Guanajuato con el PAN. Sucede en la CDMX con el PRD. Y ocurrió en Coahuila y el Estado de México con el PRI.

De lo que se trata a la hora de disputar el voto es de enfrentar con éxito esas operaciones, cerrándole espacios a la cooptación clientelar y haciendo campaña donde la ciudadanía ejerce con libertad su voto.

Así triunfó Jaime Rodríguez, El Bronco, en Nuevo León, en 2015. “Es que los empresarios le dieron dinero”, susurran priistas. Puede ser. Pero atengámonos a los votos.

Y así ganó Morena ese año en la CDMX en varias delegaciones, a pesar de las millonarias movilizaciones para frenar el avance de AMLO en su bastión natural.

Desde entonces y con mayor énfasis en 2016, a la competencia entre aparato gobernante y campaña opositora se añadió la promesa de cárcel a los mandatarios estatales que se habían servido del poder.

Con el voto de castigo, la oposición se hizo de Chihuahua, Tamaulipas, Quintana Roo, Durango y Veracruz. Y así el PRI recuperó Oaxaca y, en 2015, Sonora.

Es con esos antecedentes que debemos medir lo ocurrido y señalar que el partido y el gobierno de Enrique Peña sí supieron sortear la avalancha de Morena y del PAN, pulverizando a una oposición ahora más fragmentada que nunca.

La última palabra no está escrita y habremos de esperar a la revisión de los recursos que por el Edomex y Coahuila lleguen a tribunales.

Pero al margen de lo que venga, lo contundente es el triunfo político del partido y del liderazgo de AMLO, quien supo quitarle al PRI, al PAN y el PRD miles de votantes que hoy fortalecen la percepción de que es un presidenciable invencible.

Claro que en el caso del Edomex la ventaja es pírrica, de apenas 2.84%. Pero diferencia al fin en un país que ya tuvo en Felipe Calderón a un Presidente con una ventaja de menos de uno por ciento, de 0.56%.

Sin embargo, el triunfo de López Obrador es innegable porque precipita la definición que la dirigencia del PRD deberá tomar sobre su inevitable alianza para 2018.

Porque aun cuando Morena no ganó en el Edomex, el efecto del mercurio a favor de AMLO ya comenzó y se acelerará en los meses siguientes, al ir aglutinando en su entorno segmentos de cuadros políticos y militantes perredistas.

Ese ánimo de cargada, emoción, oportunismo, identidad o apoyo del PRD con su excandidato puede convertirse en freno para cualquier intento de la dirigencia de Alejandra Barrales de explorar una alianza sin AMLO y ya no digamos una coalición con el PAN.

Es un ánimo obradorista tan profundo que no puede competir con la moraleja perredista de Juan Zepeda de que un buen candidato se impone en campaña por encima de pronósticos catastrofistas.

Lo mismo sucederá con Movimiento Ciudadano, donde si bien su presidente, Dante Delgado, no descarta de sus escenarios posibles al 2018 el formar parte de un amplio frente opositor que incluya a los panistas, en los hechos, el corazón de los políticos de ese partido sigue latiendo por López Obrador.

Adicionalmente, Morena se hizo presente en Coahuila y obtuvo en Veracruz alcaldías emblemáticas que subrayan el fracaso político de la Reforma Energética entre la gente a la que se le prometieron beneficios que no existen: Minatitlán, Coatzacoalcos y Poza Rica, además de Xalapa, la capital.

Así que la plañidera sobre los supuestos fraudes en el Estado de México y Coahuila no son más que reflejos de la cultura de victimización y ruido mediático.

Es que “¡fue una elección de Estado!”, señalan desde la simpleza quienes toman la ruta de la antipolítica, dispuestos a congraciarse con el complotismo o justificar sus pérdidas.

Lo relevante ahora es saber quién podrá demostrar el cochinero en las actas. Por eso llama la atención que Morena, con Andrés Manuel López Obrador como estratega, opta por limpiar cinco de los 45 distritos electorales mexiquenses. Ya no es el todo o nada. Hay un mensaje de mesura e institucionalidad que debe subrayarse.

En cambio, el PAN hace berrinche en Coahuila con Ricardo Anaya al frente y le apuesta a la reposición de los comicios. Mientras Margarita Zavala comete el error de darle la espalda a su partido y emprender su precampaña, al tiempo que voces panistas acusan a Rafael Moreno Valle de haber jugado a las contras en el Edomex.

Se trata de reacciones propias de ganadores y perdedores. AMLO dosifica su victoria política. Los panistas despilfarran su capital en pleitos internos como los derrotados de esta contienda. Y el gobierno federal y el PRI celebran. Para todos, el domingo 4 ya pasó. Lo que importa es el 18.

Por eso, con el efecto mercurio a su favor, AMLO se flexibiliza. La dirigencia del PAN pelea Coahuila como si se tratara de vida o muerte. Y el PRI gobernante acaricia la cifra de ese 70% que aún no es pejista.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Back to top button